EL TECHO DE VIGO
Qué dicha no ser Homero,
en cuya voz florecían tan leves los cerezos, ni ser Beethoven con su tormenta en la frente, ni Thomas Mann viajando por mar con Don Quijote.
Qué dicha haber dejado Mombasa
con racimos de humanos de todos los colores y animales felices para seguir, como minuciosas hormigas, el camino de la Via Láctea hasta llegar a Fisterra; dejando atrás a las avispas, esos tigres compactos y miniaturizados.
Qué dicha haber vendido mis apartamentos
de Berlín, Stettin y Cadaqués, ni estar mirando desde el Hotel Wela el silencio mineral de la tarde barcelonesa, ni oler la bajamar desde el Mont Saint Michel
y estar aquí contigo,
respirándote, viendo la lámpara del techo de Vigo reflejada en tus ojos.
Johann R. Bach
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