13 ago 2013

Le gustaba todo aquello que pudiera dar luz

          LIMBOS  OPACOS      

A Marta Guillamon nunca le entusiasmaron

las profesiones clásicas; el derecho o la medicina no le llamaban la atención en absoluto y, finalmente, siguió los pasos de su abuelo y los de su padre dedicándose al arte y la poesía. Por ello no es de extrañar que acabase siendo editora de libros de literatura y arte.

 

Le gustaba todo aquello que pudiera dar luz

a limbos opacos donde pudieran flotar rostros pálidos como algas, de una humanidad mórbida: como la pintura de El Bosco.

 

El Bosco –según Marta G.-

no tiene el sabor de las sustancias, se queda en las sordas regiones de la elaboración primera, propicia las visiones, y para no aparecer ni florecer nunca en el radiante resplandor del prisma solar.

 

Conocía poco la sensualidad deliciosa de la paleta.

 

Pero en la reducida gama

de algunos ocres atenuados y de pardos apizarrados, ha dado esa naturaleza humana sensible a los acentos expresivos, íntimos, con ritmos ondulantes y huidizos de un erotismo exacerbado por la ingesta de pan intoxicado con ese "hongo de la delicia" el cornezuelo de centeno. Y sobre todo dio rienda suelta a sus dones de visionario.

 

¿Tenía, pues, El Bosco el sentido del misterio?

 

Por otra parte, dio esos frutos

en su "Jardín de las Delicias" bajo los auspicios mediocres (al margen de lo que se haya dicho) de un público que no se preocupó demasiado, extraviado como estaba por la canción lacrimógena y literaria que escuchaba de las maternidades, tontamente.

 

Con todo, Marta estaba convenciada

de la conveniencia de proclamar el arte como una función completamente distinta de la literatura.

 

¿Pero de qué sirve esa concepción del arte,

en presencia de la innumerable e inexorable legión de admiradores de El Bosco?

 

En algunos programas culturales

de la televisión se les ha intentado dar sus cuadros como carnaza, con algo de razón, quizás. Detrás del erotismo no muestran su dimensión artística, sino sexo para desviar la atención sobre el desarrollo psicológico y social.

 

¿Oh tiempo, qué tienes tú que decir?

 

Marta G. decía que sin El Bosco

y sin la auténtica pléyade de artistas creadores de un mundo aparejado con el nuestro, el color que alegra los museos no existiría.

 

El negro, representante de la tristeza y la depresión,

no puede ponerse en la pared más que en su justa medida –mínima- en superficie pequeña. Algunos pintores cometieron un grave error al creer que podían suplir el negro del carboncillo con materia oleosa.

 

                                                                                         Johann R. Bach

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