9 jun 2013

Me introduje en el mar como una Alfonsina Storni

     SAL DE GLAUBER   (Sulfato sódico o Natrium sulfuricum)

Me lavé los dientes 

con sal de Glauber y después de blanquearlos bajé a la playa. No tenía ganas de volver al Hospital.

 

Sin saber a dónde iba

me senté en la arena, mi mirada se fijó en el horizonte; las luces rojas del cielo se encendieron; incorporada lentamente y con los pies rozando el agua cálida de julio de aquel verano cobalto, anduve durante algunos minutos.

 

Vestida con una falda azul,

una blusa blanca y vambas rojas me introduje en el mar como una Alfonsina Storni o una mítica Virginia Woolf a pesar de que era ya muy tarde.

 

Las luces de los pescadores ya flotaban

en el concurrido mar y en el agua se quemaban las preguntas y sus silencios extraños.

 

Nadando alcancé la boya roja, 

la que se esconde como el sol, pensativa, al otro lado de las barcas. Cerca ya de la línea del horizonte, solitaria y pérdida en el crepúsculo,

 

adentrada ya en un pleno mar de destinos,

sintiendo la inquietud que conmueve como adentrarse en un poema o en una larga noche de amor desconocido.

 

Con la angustia de saber

que allí el mar era profundo como ojos negros, me estremecí al verla de pronto sobre las aguas.

 

Una mujer mayor,

de cansada belleza y el pelo blanco recogido, se me acercaba nadando con brazadas serenas. Su rostro reflejaba familiaridad; parecía venir de algún yate cercano.

 

Cruzándose conmigo

se detuvo un momento mirándome a los ojos: No he venido a buscarte -dijo- sólo voy de paso hacia aguas más frías.

 

Me despertó el calor,

un rumor de voces y el ruido de una moto que cruzaba la calle con precaución para no atropellar a nadie.

 

Era ya media mañana,

el cielo estaba limpio, sin nubes, con el aire en calma, el sol estaba ya muy alto y el calor resbalaba sobre la piel como sobre un mástil en agosto.

 

Bajé a desayunar

a la terraza de un bar contemplando aún aturdida la bulliciosa gente del paseo marítimo.

 

El mar parecía una balsa,

estaba infestado de bañistas y en la ardiente arena cientos de cuerpos desnudos yacían tostándose bajo el sol.

 

En la portada

del periódico local el nombre de la ahogada no era el mío.                                

                                                                                                         Johann R. Bach

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