12 jun 2013

SOLTAR AMARRAS

ÚLTIMOS DIAS EN FRIEDENAU

 

 

·         Abandono del tejido social habitual

                  SEPIA  200 CH

 

Después de la reflexión de todos esos días me sentí mucho más atrapada en Friedenau que lo que me sentí al final de Kiefholzstrasse cuando murió Niko. En aquellos días con las sábanas aún empapadas de su dulce sudor y de mis lágrimas me sentí abandonada en una calle que había formado parte de mi vida y al mismo tiempo con la sensación de un entorno frío e indiferente,

 

deshabitado, con calles que ya no apagan las penas, con escasos seres ya sin alma, con cines y películas que sustituyen emociones, con viajeros de metro que no van a parte alguna, con comercios vacios de consumidores como si un bombardeo continuo de neutrinos lanzados por esos misteriosos aviones que dejan unas cuadrículas blancas como el algodón cultivado, hubieran alienado a los que decidieron quedarse en Berlín.

 

Me miré en el espejo; mis ojos fijos, como observando una puerta, despiertos por si tuviera que cambiar de país; mi semblante era más serio que nunca aunque el rictus no llegue aún a cóncavo. Quería agradecer a mi amor el haberme permitido vivir lejos de toda mediocridad, dándome calor en mi piel y en mi alma. No supe hacerlo.

 

Acepté la única oferta de empleo que tenía. La desesperación no me dejó ver otra alternativa real o imaginaria. Salí de Berlín con lo puesto. El escaso dinero que tenía en esos momentos en el bosillo se presentaba insuficiente para llegar a París. Pero llegué.

 

En París me metí en una pequeña travesía, casi un callejón que cuando gira el autobús parece que va a encallar, entré en una tasca estrecha, pero en el interior se ensanchaba dando lugar a un espacio repleto de mesas donde todos hablaban en voz baja:

 

era un club de ajedrecistas. Allí en una de las mesas libres me senté, vino un camarero y me preguntó qué deseaba tomar. Miré a la mesa de al lado y vi que tenían una botella de Cynar.

 

La señalé con la mano y le dije: Egal", como en alemán. Los ojos del camarero lanzaban destellos, su voz engolada recibió con solemnidad pícara, rey en su trono contestó: D'acord.

 

En Berlín se han quedado todas mis pertenencias, ropa, botas y botines, el maletín pilot de cuero, anoracs y chaquetas de cuero de Hugo Boss, libros de un valor incalculable para mí y medicinas extraordinarias si se ponen en manos expertas. También quedaron atrás algunos sueños. Sueños de varios tipos: profesionales, viajeros, sociales, sentimentales...

 

Soñé con ir a Paraguay,

con una naturaleza exuberante, con sus gentes a las que en mi deseo de encontrar un Paraíso Perdido con gentes sencillas donde enlentecer mis cavilaciones porque allí (imagino) no hay prisas. Soñé varias veces que iba a Munich; esperaba visitar el Neues Rathaus en la Marienplatzs y el Suicidio de Lucrecia de Durero en el Alte Pinakothek.

 

Llegué a pisar sus calles,

pero la persona que nos había invitado nos dio el esquinazo y regresamos a Berlín en el mismo día. Eso sí, en un flamante Mercedes recién comprado aquella tarde que hizo la vuelta a casa más suave.

 

Dejé atrás mi modesta participación

en el proyecto de la Berliner Eichen Tor; también el deseo de ayudar a Jurgen a reconstruir una mansión y mi ofrecimiento para dar clases de homeopatía en la Hahnemann Schule y, lo más penoso: alejarme de los amigos que hicieron mi vida más llevadera en Berlín y que ya no volveré a verlos nunca más.

 

Habiendo medido ya el espacio

del que iba a disponer, unos días más tarde, volví a Friedenau para mover sofás y liquidar muebles. Los enormes sofás me hicieron sudar, pero realmente detrás de los valiosos asientos vivía la esperanza de pasar por la esquina de la Moselstrasse para respirar el aroma de esa brisa que siempre trae recuerdos.

 

Estuve paseando largo rato

observando persona a persona a todos los que atravesaron esa esquina. Lo vivido y sentido esa hora larga lo escribí ya en el camión de vuelta a París con mis muebles a cuestas por segunda vez.

 

 

EL DESEO DESPUES DE MOVER SOFAS

 

Después de mover sofás,

aún temprano, pasé por Dickhardtstrasse. Tu luz salía por encima del jardín que nunca pisé; allí estabas, hilando fino.

 

Volví a pasar a media mañana,

de improviso, te vi de lejos, y poco a poco más y más cerca; como era de esperarse quise correr a buscarte.

 

Ibas vestida de rojo,

tan chic y elegante, lista para reconocerme; lleno de deseos de saludarte, de saber algo de ti,

 

algo, lo que fuera,

aunque fuera que habías salido sin rumbo fijo con el sol dando luz

a la fresca mañana.

 

Dejé mi húmeda ilusión en las pestañas.

Allá vas, allá voy, allá yo… Al paso del tiempo he logrado comprender la situación. Con eso basta.

 

Dieciocho horas más tarde,

ya en París, mientras los mozos descargaban los sofás y con el dolor de no haberme atrevido a dar un último abrazo a mi ya perdida Esperanza escribí los siguientes versos

 

SOLTAR AMARRAS

 

He preferido soltar amarras

y que los mares me devoren; he preferido arrojar esos lastres y escuchar su música de fondo.

 

He preferido ser mero despojo,

aunque aún conservo la fracción de ti que ignoraba tener en la garganta  
 
                                                                                                         Johann R. Bach

 

 

 

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