UNA CIEGA EN PORTOFINO
Portofino. Al fondo las cumbres nevadas casi tocando el mar
UNA CIEGA EN PORTOFINO
En Portofino
respiraste y escuchaste su aliento como un placer solitario que todos hemos experimentado; sentiste ante las olas inquietas del mar como el sol se posaba sobre sus párpados.
Escuchaste el vuelo de las gaviotas
por encima del horizonte, cómo flotaban con su silbido en el viento y colgada de su dulce brazo creciste como joven alondra en el amor.
Las horas de un tiempo inacabado
cuando todo parecía perdido empezaron a transcurrir plácidamente ante ese andar desnudo de sus ojos invadiéndote la alegría repentina, humedecidos todos tus poros, ante el Mar de los Sueños, con la arena acariciando tus pies.
Sentiste más fuerte que nunca
salir de tu pecho, ese grito que pide besar a los que tenemos cerca; la música de aquella Costa Liguria parecía suave como un engaño puro.
Aquellas horas ya son indestructibles.
Amaste todo aquello:
las pecas sobre su piel el brazalete que cerraba la manga, aquella dulzura sin sombra que, entre unos mínimos dedos, como una evidencia de amor erizaba el musgo sonrojado.
Nos cogió de la mano
en aquel bellísimo rincón de Portofino y como en un ritual, aspiró profundamente aquella brisa marina y mojándose los labios con su propia lengua como saboreando la sal adherida susurró como si hablase al viento:
"Hay dolores aquí de todos los tamaños
y una pequeña semilla de felicidad en alguna barca entre ésas que veis. Tormenta a tormenta, batalla a batalla se moldearon esas rocas. El clima suave y el calor del sol atrajeron a especies de plantas coníferas en las que se refugiaron miles de aves hasta convertirse en un rincón vivo lleno de luz y mar".
Más tarde, con la luna ya alzada,
en Santa Margarita, decidiste no renunciar a voz alguna; abandonar tu antigua soledad; adoptar un nuevo mar; vivir en el más maravilloso de los mundos
y aceptar que tus ojos eran ya los suyos
Johann R. Bach
No hay comentarios:
Publicar un comentario