12 may 2013

En efecto, Gema, tardé cincuenta años en comprar la moto de mi vida

     LA PINTORA CHILENA

 

En cierta ocasión mi hijo mayor

me recomendó a una "pintora joven" –por ser pintora la había catalogado como persona interesante y el ser joven se le atribuía un valor en sí o al menos potencialmente-.

 

La invité a venir a Berlín. Aceptó.

Le pagué el vuelo de ida y vuelta desde Barcelona; la recogí en el aeropuerto; le dejé mi apartamento mientras yo me alojé en el de mi hijo, pagué todas las facturas de los restaurantes; la acompañé a visitar varias salas de exposiciones;

 

Estudié detenidamente su obra

durante algunas horas a partir de las imágenes que tenía en un CD. Al pie de cada cuadro había una leyenda en mayúsculas que decía: FULANITA DE TAL REPRESENTANTE DE LA PINTURA CHILENA CONTEMPORÁNEA.

 

Puede que yo no haya sido nunca aquella niña oscura a quién enseñaron a sentarse a la puerta de una barraca de un barrio del extrarradio de Santiago con un pañuelo verde ceñido a la garganta -regalo de una organización católica-, pero tardé cincuenta años en comprar la moto de mi vida una Kawasaki 800.

 

Cuidadosa, prudente cobra

me deslizaba sobre mis frágiles huesos, apenas un pequeño toraz con dos pequeñas mandarinas pegadas a él, casi una planta de coral que miraba hacia dentro en un pequeño refugio de pescadores en Cadaqués –hoy el más famoso del mundo por su belleza y por ser tierra de pintores como Dalí y artistas en general- donde soñaba con los mitos salidos del mar.

 

En una de las últimas conversaciones

"la pintora chilena" mencionó a Pablo Neruda expresando algunos comentarios sobre su obra. Yo quise opinar alguna cosa sobre él y comencé diciendo: en mi opinión Pablo Neruda … No me dejó continuar. Con la cara encendida y los ojos desorbitados me chilló: ¿Qué sabes tú de Pablo Neruda? ¡No puedes decir nada sobre él! ¿Qué puedes conocer tú sobre su persona? El odio y la rabia contenida hacia una sociedad occidental –lo quise entender así- le salía por la boca con toda clase de insultos.

 

Allí se me acabaron las palabras,

enmudecí por completo. En silencio la acompañé al aeropuerto y sin darle siquiera la mano me giré, volví sobre mis pasos y nunca más la volví a ver. Durante algunos días me estuvo enviando correos que ni me molesté en abrirlos. Iban directos, todos a la papelera.

 

Un error de cálculo

en la estrategia de los dioses hizo que me inclinara a escribir porque ni colores teníamos, que de todas formas no necesitábamos para pintar las nubes paradas como antiguas naves griegas sobre el horizonte.

 

Yo tal vez sea aquella niña

que ocultaba sus ojos en un pliegue de la blusa porque sólo mi padre me decía que los tenía bonitos. Y, sin embargo, ¿Cuál era el misterioso sentido que permitía a "la pintora chilena" a embarcarse, mirar el cielo a través de los ojos de buey de un avión y volar atravesando fronteras como parece ser que han hecho siempre los artistas?

 

Maestros y discípulos de Dalí, Rilke, Picasso, Kant o Kafka

empeñados en lucir sus señas de identidad, las de su creencia, sus símbolos. Si tan necesitados están de airearlos, de tenerlos fuera, muchas veces mepregunto: ¿tendrán la conciencia dispuesta a albergarlos dentro?

 

Gran periplo, ése, del dentro y del fuera,

del fuera al dentro. Viaje de ida y vuelta que tan a menudo se detiene en la primera encrucijada.

 

En efecto, Gema,

tardé cincuenta años en comprar la moto de mi vida.

 

                                                                                           Johann R. Bach                                                                                   

 

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