4 dic 2013

Unos ojos me miran interrogativos. Sólo han pasado cincuenta años

  ABIERTO YA EL PORVENIR

 

Después de las Pruebas de Madurez

de acceso a la universidad y ya abierto el Porvenir tomé el tren con destino a Lausanne. No me despedí de los amigos, quizá por eso no podía olvidarme de ellos.

 

A media noche,

acabada el agua que me supo a sangre, espesa y caliente, me desmayé o me dormí dulcemente con el suave traqueteo de los trenes franceses.

 

Cuando me desperté,

vi por la ventana un caballo inmóvil, sin sudor, reseco. El tren se había parado y yo no podía saber la causa ni en qué lugar de Francia nos hallábamos.

 

Con seguridad el mar no estaba lejos

pues se oía aquel vaivén de olas tan conocido por mí y el olor de la sal se colaba por la parte superior de la ventanilla.

 

Todo estaba en quietud

y sólo unas pequeñas porciones de cristalina niebla pasaban lentamente por delante de mis ojos. Todo era como el final de una batalla.

 

Pensé si yo pertenecía

a algún tipo de tropa de la que no había quedado ni rastro. Con el dulce calor del ambiente me volví a dormir y amodorrado sentí cómo me iba hundiendo en el valle.

 

En sueños sentía mi garganta seca

como cuero y los ojos dos dedos en carne viva, no podía decir siquiera que me ahogaba. Me resigné a vagar por el valle sin hallar mi gente -¿soldados?- hasta que me hundiera del todo.  

 

Miré por la ventanilla

y el caballo reseco se deshacía de sed como yo. Era ya de día y en medio de aquel valle inmenso el sol estaba detenido como si nos confundiera con animales de un desierto.

 

De repente el tren reanudó su marcha.

 

Ignoro los años que estuve deambulando

por aquel universo paralelo que parecía moverse lentamente como mirándose en el espejo de alguna galaxia brillante y caliente.

 

De pronto apareció Luzbélica G. Sala

que me preguntó si me acordaba de ella. Le contesté con otra pregunta ¿Cómo olvidar aquello que rodeó a un millón de besos? Me presentó a Anselmo por si me hubiera olvidado de él.

 

Anselmo sólo se acordaba

de haber hecho un pequeño trayecto metido en la parte de atrás de un Goggomóvil que me había prestado mi hermano.

 

Me acordaba perfectamente

de las diminutas caligrafías de ella y de Joana, de la belleza exótica de Concordia P. Salvat , de su dulce conformismo, de Noemí, su hermana, la muchacha más silenciosa que haya conocido jamás.

 

De Nora M. Altet

–la gafitas (siempre hay una gafitas) de Los Muleros, de sus enérgicas respuestas, propias de alguien que quiere imprimir más velocidad al mundo y sus padres que nos acogían amablemente en su local de la Calle Roselló.

 

Jaume S. Calvet el hombre preocupado

por el pensamiento "cordimarià" y su sombra el tranquilo Sebastián con el que canté "Lo toma el futbolista para entrar goles, también lo toman los buenos nadadores; si lo toma el ciclista se hace el amo de la pista …"

 

Pilar D. Billar era un misterio:

hablaba poco y sonreía siempre como si la tristeza fuera algo a ocultar

 

y de Joana un número importante

de cartas escritas con una caligrafía densa donde el universo se plegaba sobre sí mismo como una enorme silla de montar. Me he sentido feliz

 

Y todo gracias a un compañero

de trabajo, un sencillo botones.

 

Ahora parece que ya nadie se mueve

más allá del pequeño espacio de cubierta que su cuerpo protege; los que desaparecieron alimentan a los vivos en este Universo paralelo donde

 

acabaron los combates,

por debilidad o por miedo y los hidratos de carbono tomados en exceso, por sed feroz, con muchos de ellos acabó. 

 

En la medianoche clara

de los campos veo unos bultos. Entre mantas, cántaros en forma de animales y juguetes bélicos, hay decenas de momias metidas en sacos de dormir. Dicen que les dejan alimentos y agua, pero

 

huyo, no busco, huyo.

 

Despacio observo por la ventanilla

que estamos entrando en la estación. El aire se hace tenso, silbante, el sol, a punto de alcanzar su máximo acimut, da calor irrespirable y el sudor empapa mi camisa.

 

Alguien me ofrece agua.

Unos ojos me miran interrogativos. Reconozco el paisaje. Vuelvo a mi antiguo universo. Sólo han pasado cincuenta años.

 

                                                     Johann R. Bach

  

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