6 dic 2013

El tronco de árbol no era sino la cama y el mar la alfombra azul, ...

14. LOS HOMBRES DE MI VIDA (SPIEGEL  IM  SPIEGEL)

 

Llegó tarde a casa con el ánimo derrumbado

como el sol escondiéndose en el mar. Había perdido el empleo y no sabía cómo decírselo a su compañera porque a ella la habían despedido hacía tan sólo una semana.

 

Después de comer dos rebanadas

de pan con tomate a modo de cena Amador quiso poner algo de música. Los valses quedaban descartados: le parecía que eran más tristes que una nocturna.

 

En las nocturnas hay una tristeza

sin velo, sin trabas… En su interior concluía enfáticamente: los valses son un dolor -que aumentaría el suyo- que estalla en risas o en lágrimas por miedo a enloquecer.

 

Su compañera solía decir

que nada hace más grandes a los hombres que un gran dolor. Sin embargo Amador le temía al dolor y por ello se negaba a ir al dentista a pesar de tener dos caries en los premolares inferiores.

 

Él conocía el corazón, como Chopin.

Arvo Pärt, en cambio, como Dante, conocía el alma. Se decidió por "Spiegel im Spiegel" y mientras se tranquilizaba apenas notó como una mano cálida se introducía, por detrás, entre sus piernas buscando –como a él le gustaba- sus testículos.

 

Quiso levantarse temprano,

bajar a la playa en busca de algo que la marea hubiera dejado en la arena al retirarse antes del amanecer. Algo como algún madero o tronco de árbol muerto.

 

Con la filmadora a punto

para hallarse ante un posible objeto caminaba lentamente sobre la arena húmeda aún, vio en mitad de aquella oscuridad del final de una noche sin estrellas una cosa que parecía un tronco sin raíces ni ramas.

 

Al aproximarse a aquella cosa

pensaba ya en encontrar los ángulos adecuados y los puntos de enfoque del paisaje, y al final se sorprendió al ver que sobre el tronco como una diosa se hallaba desnuda una bella muchacha.

 

Se acercó a ella para comprobar

si se trataba de un ser viviente –humano o celestial- y al ver su sonrisa el corazón parecía querer escapar de su pecho.

 

Un agradable hormigueo

comenzó a recorrer su espalda, sudaba a pesar de una de las noches más frescas de aquel junio y en el momento de unir aquellos labios a los suyos se le llenó la boca de saliva y eyaculó sobre aquel precioso ombligo.

 

Abrió los ojos

y vio que el tronco de árbol no era sino la cama y el mar la alfombra azul, la diosa del amor, su compañera que le abrazaba. Aún con la manos sobre sus pechos se excusó: Estaba soñando.

 

Sueña, sueña mi amor

–le susurró ella al oído- que nada hay más placentero para mí que saber que soy la Dama de tus Sueños.

 

                                                                              Johann R. Bach

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