3 dic 2013

En la oscuridad del confesionario yo no le veía la cara al sacerdote

A MARTA LE GUSTA GOOGLE +  y ACAMPAR EN LA ALTA MONTAÑA

 

He recibido un mail de Marta Guillamon

en el que me cuenta que ayer se pasó. Bebió demasiado, cosa extraña porque ella bebe vino tinto sólo los domingos mezclado con gaseosa.

 

"Bebí demasiado –me cuenta-

porque comí con unos idiotas, unos médicos –con sus mujercitas- que hablaban de exóticos viajes a Birmania".

 

"Para mí eran casi unos muchachos

de treinta a treinta y cinco años. Debo haber comenzado a envejecer porque detesto más que nunca a la gente joven –seria y estudiosa-

 

con su Porvenir abierto

 

y sus miserables deseos

de deportivos y apartamentos a la orilla de algún mar. Su deseo de más sexo del que tienen y pueden".

 

Marta siempre estuvo enamorada de nada,

de nadie y explicaba a cualquiera que la escuchara, exagerando, su tristeza estúpida, la distracción, sus ausencias de las tareas de La Editorial.

 

No tenía necesidad de justificar

sus escapadas a Cadaqués, a Praga o a Estocolmo, y, sin embargo, describía unas hipotéticas dificultades respiratorias,

 

sueño, fatiga

e imposibilidad de conciliar el sueño como causa de rechazo de las obligaciones del mundo editorial. No me extraña que ante ese tipo de comidas repipis salga huyendo.

 

Me la imagino, saliendo

-con alguna inocente excusa- del restaurante sin nada de ganas de morir sino por el contrario con una gran excitación buscando a personas frustradas,

 

hombres normales y mujeres extraordinarias

a los que inyectarles con furiosas miradas y monólogos de profundidad caviladora el exceso de entusiasmo por la vida.

 

Me la imagino después de una ligera cena,

bajo el avancé de una tienda de campaña de un camping suizo, en una relajada velada en medio de un corro de excursionistas de procedencia diversa -pero no ricos-

 

explicando sus ocurrencias:

 

"Os habéis fijado alguna vez

–diría Marta simulando seriedad- cómo al rodar el sol por las espaldas de un albañil mientras coloca la hilada de ladrillos y

 

ocasionalmente mira al cielo

como la gallina cuando bebe (que también mira al cielo), y, de repente, abre su bragueta, saca su chorra e intenta aprovechar el chorro de su orina para ahogar a la primera mosca que le pasa por delante".

 

"Tal vez es verdad

–continuaría Marta recuperando su tono transcendente-, así como el sol pasa sobre la suciedad y no se ensucia,

 

podríamos haber reservado una habitación

en un Hilton o en su pobretón compañero de juego The Holiday Inn aunque entonces no hubiéramos sabido en qué ciudad estaríamos al despertar".

 

"Dormir en esos hoteles

es como un pecado: Lo mismo da dónde lo cometas porque de joven cuando me iba a confesar el sacerdote intentaba indagar si había cometido pecados sexuales,

 

pero nunca preguntaba

dónde se habían realizado, en qué cama –¿la de los padres?-, calle, pueblo o ciudad".

 

"En la oscuridad del confesionario,

yo no le veía cara al sacerdote, pero se le debía estirar mucho cuando al preguntarme si había cometido otros pecados y yo le contestaba: "los he cometido todos".

 

¡Ah, qué noches las de Marta

en el camping de alta montaña!

 

                                                                             Johann R. Bach

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