METRO FONTANA
Me pareció que hablaba sola
como otras muchas, en todas las ciudades industriales, caminaba deprisa, era aún de noche debido al horario de invierno, casi nadie circulaba por la calle Asturias, giré despacio con la moto a la derecha.
En realidad sólo iba hilvanando
frases o palabras de memoria.
Entre "a mi
una pobrecilla mesa camilla de amable paz bien abastada con una manta me basta" y "ansias de desaparecer de este mundo"
hila la vida.
Dos corazones grabados
en la corteza de una rama respirable de la acacia que ante la casa crece, parecen decir y repetir un murmurar suave entre las rojizas gomas exudadas.
Mientras paro la moto,
pasa por mi lado y la oigo en su musitar monjil como recuerda su infancia:
"Era una niña
cuando mi madre me regaló una caja de música. Era una caja pequeña, ni siquiera pulida, madera rústica con una manivela que al girarla venía a dejar volar las estrofas de "Noche de Paz".
"Mi madre –continuaba-
donaba hermosura. Aunque quizá no son cosas éstas para hablar en la calle".
Eran sus ojos los que me llamaban la atención
–mucho más que sus palabras-; brillaban como si estuviera realmente viendo la cajita de música
mientras indiferente la calle que amanece,
acogía a todos los mudos personajes que salían casi a la carrera de la boca del metro y a los autobuses llegando a su parada.
Si hubiera sido aficionado a la fotografía
no hubiera logrado una imagen tan nítida: pensar en sacar música de una cajita, preocuparse de pulir su madera cincuenta años más tarde,
respirar aquel aire
salido de las profundidades de un mundo de railes subterráneos sin ahogarse.
¿Cómo plasmar en una imagen
a aquella mujer pidiéndole a la Tierra la vida?, rogándole a Perséfone ¿ochenta y cuatro años?
La vi sentarse en un banco
frente a la boca de metro de Fontana como esperando que saliera el sol como un único amigo.
Johann R. Bach
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