25 nov 2013

Se miró en el espejo... la palidez era cadavérica

    LA BATALLA DE ATENEA

       

Se miró en el espejo.

Su aspecto le pareció por primera vez horrible: Unos ojos muy abiertos y saltones, la cara exenta de musculatura que no permitía la sonrisa,

 

la palidez era cadavérica

y el miedo como único gesto, el pelo largo, negro y lacio cubría parte del rostro oscureciéndolo.

 

Con cincuenta años,

considerándose en posesión de una profesión envidiable -profesora de periodismo-,

 

con una aversión militante hacia los hombres,

pero sin interés por la reconstrucción del himen, no sabía lo que quería aunque quizá no quería ya nada.

 

No te enfrentes, tú sola Atenea

a las tinieblas, desnuda, sin armas.

 

Para herirte los demonios de la noche

han inventado mil rostros diferentes, te acechan y esperan el momento de tu descanso para acorralarte,

 

buscan tu silencio cortante,

pero temen, y con razón, tu palabra.

 

No les gusta tu voz,

y mucho menos los poemas que se desprenden de tus letras, de tus sueños, de tus ojos porque saben que una lágrima tuya puede llenar de luz la noche

 

y obligarles

a retirarse a las tinieblas profunda del Averno de donde no deberían haber salido.

 

Debes armarte

para afrontar la noche, no tener miedo de ella.

 

No te encierres,

abre la ventana y aspira la luz de las estrellas; sus ondas electromagnéticas son portadoras de millones de besos que buscan con su dulzura protegerte de la Hidra.

 

El reflejo acerado en la ventana abierta,

el libro presente en tu estante favorito junto a tu cama de madera dulce, la luz que se funde con la tinta vertida delicadamente de tus dedos y

 

del aliento de la voz

que surge de tu alma, te arman para que la noche deje de ser oscura, amenazante y angustiosa.

 

Tarea fácil para ti Atenea.

                                                                Johann R. Bach

                                          del poemario "Manual de la Soledad"

 

 

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