27 nov 2013

joven desprovisto de territorios de un mundo errático

6.    LOS HOMBRES DE MI VIDA  (Narciso)

Cuando conocí a Narciso,

era un joven desprovisto de territorios de un mundo errático, imprevisible; sujetaba con su mano hasta sangrar el manillar de una potente motocicleta como si de un mulo se tratara y trabajaba sobre lo primigenio.

 

Con un pie peregrino pisoteaba

a cualquiera que se le pusiera por delante y a una tierra incierta al igual que lo hacía con las anémonas pulsatillas;

 

con un doble y rápido parpadeo cosía el cielo

al horizonte y con alocada fantasía inventaba el color celeste: era un hombre ambicioso, agresivo, bebedor y amigo de comilonas y platos refinados.

 

Ahogaba su grito

mezclándolo con el suspiro más auténtico en aquel instante cuando se desgarraba la piel de los codos en una zarzamora al tiempo que su dedo corazón excavaba en la grieta.

 

Después tumbado en la hierba

admiraba la forma del helecho y la cola del pavo real. Soñaba muchas veces con aquel instante en que su cabeza se volvía una estrella fija.

 

Sin embargo, nunca se hizo ilusiones:

nadie heredaría su manía por la acción ni su habilidad por cargarse de responsabilidades. Suyo el tacto, solamente el oído suyo podían recrear de nuevo aquel principio de infinitud y una ansiedad convertida en insomnio por la noche y somnolencia durante el día.

 

Eyaculaba precozmente

al intentar penetrarme y, en su loca egolatría, se corría al masturbarse mirándose en un espejo mientras me decía: ¿Dónde ibas a encontrar un cuerpo como este?

 

Y, sin embargo, trabajaba

con ahínco hasta conseguir lo más arduo para cruzar las distancias que se abren más allá de la uña y experimentar con la mano más audaz los ojos, orejas y labios de un mundo ajeno.

 

Después de veinte años

de dormir en camas separadas, de tener cada cual sus amantes, en una mañana aciaga, su cuerpo frío, pálido y rígido impregnó toda la habitación de un aroma extraño que me hizo recordar la muerte de mi abuelo.

 

De mi pecho surgió el mayor grito

que recuerdo; salí corriendo a la calle, llamé a mi hija mayor y esperé su llegada en aquella madrugada de junio. Aquel día, lejos de sentirme liberada, empezó mi depresión. No lo amaba, pero era el padre de mis hijas.
                                                            Johann R. Bach

                                                                                     

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