30 jul 2013

En los ojos de cuero, ya cansados de promesas, y deseos aún por cumplir, hay antiguas soledades...

10 FAGMENTOS EN PROSA

 

Hubo un tiempo

en que creíste que estos fragmentos podían ofrecerse como trabajo preparatorio de algo más coherente, más articulado. Ese tiempo pasó y estas frases son, por el contrario, las ruinas de un edificio aún inexistente.

                                                                                           Johann R. Bach

                                                     I

Llamas por teléfono

y nadie contesta. Se te puede imaginar cómo en el Camino el viento cálido te empuja y alargas una mano indolentemente para que el tacto del sol se extienda por tu piel con el gozo del azul y te abrace, brillante, el mediodía.

 

Entretanto

llamas por teléfono y nadie contesta. Se puede presentir el desnudo latido donde el corazón te resuena el pulso antiguo del mundo y el aire es un aliento que bebes y te dibuja entre sístoles.

 

Llamas por teléfono

y nadie contesta. Toda la vida te cabe en los ojos -así de grandes los tienes- cuando miras el silencio y necesitas pensar en el retorno. Insistes en hablar por teléfono y nadie contesta.

 

                                                II

 

Escribes,

abres tus sentidos, destierras la añoranza. Entretanto, lentamente tus dedos señalan las olas del puerto; y, en el horizonte, la espesura del barro, la musicalidad del tiempo indicando la posición de las galaxias como si de vectores afijos se tratara; la densidad de los números reales o la del trigo como en las antiguas dinastías faraónicas de los ptolomeos que medían el grano y las estrellas por litros.

 

Tus sentidos también señalan,

como "in longa mano", el canto humilde de las primeras formas sobre los muelles del puerto; confundiendo los límites.

 

                                             (III)

 

Piensas –creo-

en recoger cantos rodados cristales pulidos por el roce de arena y mar, conchas y esqueletos de pequeños animales marinos, fragmentos, como tú, del mundo.

 

Mirar el agua te conmueve

cuando cae sobre la tierra en forma de lluvia o granizo porque sabes que beberé junto a ti cada noche aunque estés en otro espacio.

 

Tu piel se barniza bajo el sol

como la madera, desciendes por las dunas artificiales hechas para protegernos de las pulsantes invasiones; deambulas pensativa y feliz junto a la arena bañada por el  mar,  por los senderos de la memoria tatuando con tus besos mi imaginación y también los plexos

 

Sabes que el día es frágil.

 

                                                            IV

 

Cuando el sol desploma sus cuerdas

sobre tu ya castigada piel te refugio bajo las hayas que crecen con los colores que, de siempre, te la ennegrecen.

 

Atraviesas los bosques

de tu imaginación camino de Bretaña, sientes la vida en la madera dura que crece con los colores, de siempre; la cambian cuando pasan las horas, sobre el verde húmedo, sobre de la tarde de tus pasos.

Decrece el azul

como una mirada tuya labrando la luz, como un tejido extendido hacia el horizonte. Surge y acude a la cita un amarillo de viejo estío ya declinando.


 Recorres contigo misma

un carmín de viento, moviendo los eucaliptos y sobre tierra algo más firme las ramas arbóreas se curvan contra el silencio de occidente.


Te detienes

ante las aguas de la costa bretona y las sombras de los thuyones se arrodillan hacia el poniente despidiendo el ocaso.


Tus ojos

se esconden junto a los míos en tu pensamiento mientras los esperas.

 

                                                          V

 

Por el viejo camino

de arena marcado por el manto de hojas ya secas y vencidas regresas atravesando un bosque de hayas con tus deseos entre las manos.

 

En tu pensamiento

ves los descuidados márgenes acogedores de un viejo camino en mitad del bosque desnudo, el cielo entre las ramas oscuras nubes de tierra que abrigan el verde ansioso de los campos que resurgen precipitadamente.

 

El mundo perdura,

insiste con sus fieles ciclos y sus bailes de pájaros y lluvia, de vientos y temperaturas retrasando el silencio.

 

                                                             VI

 

Levantas la vista.

Descubres la nube blanca (parece que galopas sobre ella) que rasga el azul que empalidece de tanta luz y que los gorriones atraviesan  sin moverse el ligero éter, flotando.

 

El cielo es incesante

lleva la memoria del alba, el sueño del mediodía, la piel irisada del atardecer, ese cielo generoso –de todos- desnuda el universo a golpes de noche.

 

Miras la luz

que se acuesta sobre los campos, el aceite de la tarde que resbala por tus ojos.

 

                                                           VII

 

Tu mano se agita, escribes,

guardas en tu memoria para usar en momentos futuros cuando tus ojos ya no estén presentes el paisaje siguiente:

 

Extendidos sobre los campos

abrigados por el bosque entre las ramas el verde espejo del agua, el verde brillante de la tierra preñada de humus esperando acoger a la vida aún no germinada, velando la luz violeta de la aurora empujando las hojas.

 

Los ojos azules del mediodía

te acompañan hasta un ocaso de pétalos y brasas. Es el fragmento dulce de la soledad.

 

                                                        VIII

 

Es difícil vivir algunos años

después de haber pasado el listón de los veinticuatro y no haber experimentado esa sensación al mirar la mañana, la luz, sentirla sobre el rostro, sin sentirse acompañado por el azul del tiempo en los campos de girasoles.

 

También es difícil

no apercibirse del olor del trigo, del barro al tocar el poniente, la fina sábana de cuero mientras los ojos se arrodillan junto a la piel en el horizonte.

 

Es difícil, vivir algunos años

después de haber pasado el listón de los veinticuatro y no haber mirado la noche ni haberla tocado.

 

                                                              (IX)

 

El octubre crece como todo,

inevitablemente: La lluvia fina se resfría, se alarga la sombra, se encoge el rojo, unos ojos de té te explican la luz que hacen las horas, los pétalos de la mañana de cólquicos y caléndulas, el gesto antiguo del Sol sobre un campo de nieve, como la vida otoñea.

 

Un vuelo incandescente

atraviesa las nubes; de nuevo se aleja el azul mientras agradezco esa variedad de colores.

 

                                                                X

 

En la precesión de los equinoccios no pasa desapercibido un azul de fuego y un verde nuevo que vence al tiempo gris. El día tiene una quietud de estanque, se extiende, a lo lejos, sobre las cumbres tozudas de nieve, sobre el mar completamente desplegado, sobre los ocres que se adormecen.

 

La luz se refleja

Simétricamente sobre un plano parecido a un espejo; resuena su latido como el eco de un valle y un suspiro de cálido aire regalado generosamente por Eolo te acoge, como una madre. En su regazo.

 

La tierra como vergel,

lugar soñado donde desde antiguo se hallaba el Edén deviene en un futuro posible que te lleva, que te marca la piel y en la memoria hasta los límites de la conciencia.

 

En los ojos de cuero ya cansados

de promesas y deseos aún por cumplir, hay antiguas soledades y un gesto desamparado que te ayuda, sin embargo, a comprender el género humano.

 

Una vez más,

como cada día, desde hace millones de años, llega la noche puntual, el momento desnudo que te vence y te conmueve, intenso,  bellísimo.

 

                                                                               Johann R. Bach

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