21 ago 2013

A LAS SEIS DE LA MAÑANA LLAMÓ AL MÉDICO DEL CONVENTO

 Las pesadillas de Sor Arnalda

 

Ya desde niña Sor Arnalda sufría

con frecuencia auténticas pesadillas como la de caer al vacío con la sensación de no llegar nunca al fondo, o ver cómo de la oscuridad salían sombras amenazadoras.

 

Sus padres para tranquilizarla

le dejaban encendida una luz papamoscas, pero pronto observaron que dormía con los ojos entrecerrados lo cual les dio una pista sobre la razón por la que pasaba tanto miedo.

 

Al mismo tiempo se preguntaban

si el tener habitualmente las pupilas dilatadas podía tener alguna influencia sobre los sueños. El médico que la atendió no vio nada extraño en sus ojos aunque, eso sí, dijo que tenía midriasis (como una palabra mágica). Y, sin embargo, sí había algo en ellos…

 

Arnalda era una muchachita raquítica

sin llegar a ser alarmantemente delgada. Era de carácter delicado, comía poco y menos y si se le forzaba vomitaba los alimentos. Contrariamente a otros niños le gustaban las cosas amargas y las aceitunas negras.

 

Era callada y atenta a todo lo que le decían.

Así que su prodigiosa memoria le llevó a sacar buenas notas en todo y la familia se esforzó para que estudiase la carrera de maestra.

 

Era tan buena y dulce

que las mismas Carmelitas le dieron el puesto de Maestra en el mismo colegio donde realizó los estudios. Arnalda que aún no sabía decir que no, aceptó el noviciado.

 

Su situación de inseguridad

mejoró sustancialmente y sus hermanas (las más liberales de la época) le dieron un margen para desarrollar su propia personalidad que no lo hubiera logrado en una sociedad totalmente injusta con la mujer.

 

Las pesadillas desparecieron

de las frías noches del invierno de Manlleu. Era como si estuviera en paz con el mundo. Y así pasaron veinticinco años sin un solo mal sueño: estaba contenta con sus alumnas y todo parecía estar en orden.

 

Algo debió pasar

en la tranquila vida de Sor Arnalda para que aquellas pesadillas de la infancia retornaran con una virulencia inusitada. Como si sus pesadillas fueran premonitorias su único sobrino sufrió un grave accidente.

 

En efecto, Miquel, hijo de su hermana,

sufrió un fuerte tirón en la espalda mientras acarreaba unos ladrillos en una carretilla. Era un domingo en el que aprovechaba el día festivo para realizar una pequeña obra en el huerto de su casa de Vacarises.

 

Quedó completamente inmóvil

y necesitó la ayuda de Mercedes su mujer para entrar en la casa. No podía estar tumbado ni sentado por lo que se decidió sujetarlo con correas a la baranda de la escalera interior para que pudiera aflojarse y descansar.

 

Aquella noche que siguió al accidente

Sor Arnalda soñó que le arrancaban los dientes. Pidió permiso para velar las noches de su sobrino en aquella extraña postura. Mientras dormitaba en el sofá con el cuerpo de Miquel sujeto a la escalera tuvo otro sueño desagradable:

 

Cada vez que cerraba los ojos

sentía como caía dentro de un pozo; desde el fondo gritaba y nadie acudía en su auxilio. Todo parecía ser un aviso del destino.

 

Un traumatólogo amigo de Pablo

el hermano de Sor Arnalda, definió rápidamente el diagnóstico correcto. Miquel sufría una protusión de un disco intervertebral. El líquido del disco se había desparramado provocando una descomunal inflamación.

 

Lo peor era el pronóstico.

Debía, en opinión del traumatólogo operarse inmediatamente. La operación – según explicó el médico a Sor Arnalda – consistía en grapar las dos vértebras de forma que con el tiempo se soldasen y se formara una sola.

 

Es una operación – continuó explicando el médico –

con ciertos riesgos no desdeñables: con el tiempo la rebaba de las vértebras podrían lesionar la médula y quedarse para siempre en una silla de ruedas.

 

Después de aquella explicación

Sor Arnalda tuvo otra de sus pesadillas: Soñó que la enterraban viva, sintiéndose impotente para chillar y advertir al enterrador de que estaba viva. Fue la peor noche de su vida.

 

De madrugada se quedó de nuevo vencida

en el sofá y su mente le volvió a inquietar. La pesadilla consistió en una pelea con alguien que no tenía cara, pero una cosa quedaba clara: ella se defendía de alguien agresivo que la atacaba.

 

Se despertó con gran inquietud,

miró al rostro desencajado de su sobrino. El mal aspecto acentuado por el pelo desaliñado y el intenso olor del sudor de Miquel le aceleraron las pulsaciones y en sus grandes ojos apareció un extraño brillo.

 

Eran las seis de la mañana,

cogió el teléfono y llamó al médico del convento. Le exhortó a acudir en auxilio de Miquel. Dos horas después de aquella llamada aquel personaje con aspecto de brujo más que de médico le administraba pacientemente gota a gota un brebaje preparado con hierba de San Juan macerada en aguardiente de cereza.

 

A las pocas horas Miquel andaba sin dificultades,

fue al lavabo y vació su abdomen de líquido y heces. Todo había pasado. Sor Arnalda volvió satisfecha y contenta al colegio junto a sus queridas niñas. Durante una larga temporada dejó de tener pesadillas.

                                                                                  Johann R. Bach

 

1 comentario:

  1. creo que todos en algún momento hemos soñado con caer al vacio y no tocar fondo....

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