24 ago 2013

ALCESTES

11.  LOS HOMBRES DE MI VIDA  (Alcestes)

 

 

Me encantaba salir de la fábrica

los viernes a las diez de la noche, saliendo del turno y decirles a las otras chicas: Allí está Alcestes esperándome. Su coche deportivo formaba parte de la escena.

 

Yo no era más que una cosedora de radar.

Escribir no se me dio bien hasta que alcancé los cincuenta y leía lo que todas mis amigas: novelas rosas.

 

Todos los domingos

–eran tiempos que también se trabajaba los sábados- me venía a buscar

a la puerta de mi casa y desde su coche amarillo me avisaba tocando el claxon. Íbamos a algún lugar donde poder encontrar un restaurante lejos de nuestro pueblo.

 

Después de comer,

en cualquier rincón de la carretera nos besuqueábamos. Yo le masturbaba y él me introducía su dedo inexperto en mi vagina. De esa manera aprendía a simular el orgasmo.

 

Mis compañeras envidiaban mi suerte

y sus ojos brillaban lascivamente cuando les contaba el lunes por la tarde nuestros tocamientos.

 

Durante la semana no nos veíamos

ni nos telefoneábamos. En casa teníamos un teléfono del que no se podía hacer uso si no en un caso de necesidad. Sólo me llamaba para darme las buenas noches como si se tratara de un lujo asiático.

 

El sábado trabajaba por la mañana

para redondear la jornada laboral de 44 horas y por la tarde ayudaba a hacer las compras de toda la semana. Por la noche Alcestes venía a charlar un rato junto al portal. Hacia las nueve y media dos despedíamos porque mis padres se enfurecían si no subía prestamente a cenar.

 

Me despedí de la fábrica para casarme

y convertirme en una ama de casa; cobré unos cuantos miles de pesetas de dote y me despedí de las amigas.

 

Fuimos en viaje de novios

a mi pueblo para que el resto de la familia que no pudo asistir a la boda pudiera ver a mi príncipe azul y su flamante auto. Entre tantas opíparas comidas en casa de familiares y amigos y cenas que se alargaban hasta la madrugada casi no me di cuenta de la realidad:

 

Cuando todo estaba preparado

para llevar una vida "feliz" comenzó mi infierno: Alcestes era aún más autoritario que mi padre; todo lo que yo hacía estaba mal hecho; todo lo que decía no tenía ningún valor: me humillaba, frecuentemente, ante los miembros de su familia o amigos. El acto del amor se convirtió en una cornada de unos treinta segundos.

 

Presumía de liberal.

Aunque en realidad era todo lo contrario. En cierta ocasión, invitó a los vecinos de enfrente a cenar en casa. Alcestes admiraba secretamente el tipo de Isabel aunque no imaginaba que a su marido le gustaba yo.

 

Después de la cena y con unas copas de más

la conversación derivó hacia el tema de la masturbación. Yo apenas hablé para decir que eso lo consideraba normal y que me masturbaba frecuentemente.

 

Cuando se fueron los vecinos

le salió a flote un ataque de cuernos tal que llegó a abofetearme diciendo que yo era una guarra. A partir de aquel día callé, comprendí mi soledad, me encerré en mí misma y me dediqué en cuerpo y alma a mis dos hijos.

 

Aquella prisión duró dieciocho años:

Alcestes enfermó y después de varias intervenciones quirúrgicas quedé liberada. Enviudé con una situación económica holgada. Desde entonces no tolero que nadie mencione el oficio de relojero

 

Después conocí a Tomás,

un mecánico reparador de electrodomésticos al que abandoné después de que me propinara una descomunal paliza. Por suerte Tomás tenía dos hijas y vivíamos cada uno en su casa

 

Con Vicente no me fueron mejor las cosas:

también era de los que a la mínima de cambio te abofetean como si de un deporte se tratara. Naturalmente lo despedí a las pocas semanas de conocerle.

 

Después de esas experiencias

empecé a darme cuenta de que no me gustaban las conversaciones que tienen los hombres y que si quería tener conversaciones positivas, inteligentes y divertidas debía de relacionarme más con otras mujeres.
                                                    Johann R. Bach

 

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