22 ago 2013

COMO SI SE ACABARA EL MUNDO

LA FIESTA DEL BARRIO HA TERMINADO

 

Acabada la fiesta,

el barrio ha recuperado gran parte de su tranquilidad. Concretamente, ayer, pasada la medianoche, se oyeron en la calle, justo debajo de mi balcón, los pasos de un transeúnte;

 

quizá nadie haya caminado

nunca de esa manera a la luz de la luna llena y quizá nadie haya escuchado nunca unos pasos como los escuché yo. ¿Fue todo producto de mi imaginación?

 

Era el primer hombre

que llegaba al mundo. Era el último que partía del mundo. Y nunca, nadie había llegado ni se había ido.

 

Tal como os lo cuento:

el mundo era caliente, afelpado, púrpura –no tenía ni una fisura. Sólo la luna refrescaba la felpa de una alfombra que se había quedado en el balcón.

 

De madrugada, salí a hurtadillas al balcón;

me senté tras las macetas de helechos sobre un taburete con un libro en las manos. Quería comprobar si lo podía leer a la luz de la luna.

 

Un bichito pequeño y extraño

cayó sobre la página atraído por el blanco reflejo del papel. Lo aparté ligeramente. Entonces él se revolvió agitando en el aire un montón de delgadísimas patitas –todo un mundo con millares de movimiento.

 

En ese momento me llamó mi compañera

desde el interior del comedor. ¿Por qué –pensé- en toda voz que nos llama siempre hay un bicho patas arriba que, de pronto, se endereza y desaparece?

 

¿Será porque todo hombre

cuando orina intenta duchar con el chorro a los insectos? Sí, sí, no pongáis esa cara; eso son cosas que hemos hecho todos los hombres. Los insectos oyen el rumor como de una manguera regando y huyen despavoridos.

 

A menudo me asalta cierta duda

¿Cuál era el lugar correcto para ese insecto y para nosotros, precisamente ese u otro, entre el follaje del sueño, cayendo desde lo alto, como Sor Arnalda, al vacío o volando.

 

Una fuerte ráfaga de viento

me sacó de mi ensimismamiento y barrió todo lo que encontraba a su paso: espinas, periódicos, faroles de papel, adornos de laurel; y, los postigos de las ventanas cedieron, quedando medio entornados.

 

Frente al balcón gritaba una turba

agitando extrañas banderas negras y rojas y negras. La estatua de la Virreina se estremeció. Con la llegada de la policía la gente se desparramó aterrada y la plaza se vació de nuevo.

 

Por la mañana con la aurora

muchos nos toparemos con una plaza desierta como si ningún hombre hubiera venido, como si ningún hombre se hubiera ido.

 

La fiesta del barrio ha terminado.

                                                                                   Johann R. Bach

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