11 dic 2013

Tú amaste aquella soledad, pero es dudoso que con ella crecieras.

  En los rincones del tiempo 

 

El tiempo en que el tabaco escribía la soledad,

tiempo en que tus padres, tus abuelos y médicos fumaban, murió.

 

Fumaban poco, es cierto,

en pipa o liando sus propios cigarrillos mientras pensaban cómo resolver problemas, descansar o cómo escribir versos opacos de amor.

 

¿Recuerdas? Aquel momento exacto de sentarse,

con los vasos muertos en la mesa, la habitación con sueño y la inquietud dolida de la puerta cerrándose ya por última vez, en aquellas largas noches de viento.

 

A veces, en aquellos rincones del año

el olor de la pipa llegaba a invadir los sitios posibles donde estabas reconociendo su voz sosegada al contar una anécdota o preguntar por ti.

 

Capítulos largos de tu vida vividos en minutos.

 Nunca le preguntaste a tus hermanos por aquel vacío, por aquella impaciencia de estar sin nadie mientras se te olvidaba todo el calor que ahora duele de olvidado.

 

Tú amaste aquella soledad,

pero es dudoso que con ella crecieras. No recuerdas los hilos de esparto que sujetaban los vidrios como un cuadro tras una alambrada, ni conoces más ilusión que el mar cogido en otras manos.

 

Pero también aquí,

también confusamente, vigilada por libros con insomnio, por música elegida, sueles esconderte en la penumbra y habitar en las bodegas del ordenador, buscando una razón para subir más tarde a cubierta, con la luna en este rincón del tiempo.

 

Agradeces el barrio entonces,

al tenerlo delante, adormecido, envuelto en sus sábanas de luz, temible y despiadado en el que no se puede confiar, pero que siempre te abriga con su olor a tabaco y café.

 

Porque de aquellas noches, más allá de recuerdos

o placeres supiste embriagarte de esa moral que aturde cuando amas. Ahora alguien que no conoces apenas, cansado de esperar, seguramente dormido de impaciencia, al respirar te increpa, desde otra habitación sobre tu cama que ya no huele a tabaco ni a alcohol; alguien que espera todavía sujetarse un instante, acariciar un cuerpo en silencio, sin preguntas.
 
                                                                            Johann R. Bach

 

 

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