LÁGRIMAS DESPUÉS DE LA MUERTE
Llueve sobre el jardín,
llueven uvas de oro de una enorme parra iluminada por las aguas, en las iluminadas sedas que cubren la tierra contra el cielo;
cae de las nubes esmalte sobre esmalte,
vitral de colores de soles líquidos;
cae en el Jardín Final. Amanece en las flores un color de vidrio; las raíces son –viven- en la noche y en su transmutación del agua
un vientre de claridad
engendra cuerpos de temblor, como el gato en su círculo imita el trazado de sus entrañas atado a su fulgor y yerra en la caza del pájaro,
yerra la flor
en su azul de espumas muerto ante el cián-sangre de mi corazón.
Todo el mar es metal
de ritmo extraño para nuestros sentidos. Amanece en el mar la visión de su luz, sobre terrazas de agua, el rayado vuelo de los pájaros hacia su Monte Santo, Oriente del cielo.
Amanece en terrible piedad.
Las ideas de una persona
pueden cambiar incluso después de la muerte de esa misma persona.
Puede ocurrir
que de repente un tipo de energía altere la paz de mi -corazón como me sucedió a mí ayer por la tarde-; y al mismo tiempo, muchos fueron los sueños que se realizaron ante mis ojos.
Algunos amigos me deseaban paz y tranquilidad.
Algunos enemigos me deseaban la muerte. Yo, sin embargo, nunca he tenido una vida de paz y tranquilidad.
Tampoco he muerto.
He vivido como he podido, pero nada de ello podría satisfacer las expectativas de mis amigos y de mis enemigos.
Ahora me he convertido
en una sombra moribunda.
He dejado de saber
quiénes son mis enemigos y si lo supiera, sería incapaz de ofrecerles nada que pudiera gustarles.
Pensando en ello
me entran unas enormes ganas de llorar. Esos llantos serían los primeros después de mi muerte.
Pero de mis ojos no se derrama una sola lágrima; delante de mi vista sólo veo algo parecido a un estallido de fuego, me incorporo, me siento, espero mi nueva vida.
Me gustaría esta vez ser,
si es posible, mujer.
Johann R. Bach
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