27 oct 2013

... las avispas ya no van a las zarzas ni los pájaros a las ramas ...

DE CADAQUÉS A ROSES

 

El sendero de hierbas inclinadas

o adormecidas por donde, cuando de niña yo pasaba, me asombra porque aún hoy la noche se atreve a pasar, entre las rocas húmedas, porque las avispas ya no van a las zarzas ni los pájaros a las ramas como en aquel entonces.

 

El aire de la tramontana

con su violencia y su sequedad parece que vaya a acabar con la alegría de toda la Costa Brava. Parece invitar a los huéspedes de la mañana a atravesar su turbulenta inmensidad, a caminar de espaldas mientras huyen con la intención de no volver más.

 

Y sin embargo todos esos filamentos

de alas animan a gritar y a hacer acrobacias entre luz y transparencia.  La ligereza que se experimenta bajo ese viento huracanado crea la sensación de ausencia de la gravedad como en una nave espacial rudimentaria.

 

La Bahía de Roses,

espejo de estrellas se halla a la vista y en este sendero de hierbas inclinadas o adormecidas, la quimera de una edad perdida, como una nave a la deriva, entre aquellas jóvenes lágrimas arrancadas por el viento, me vuelve a sonreír.

 

Jadeante  me refugio en una cabaña,

excavada en la roca, protegida del viento por granados (Punica granatum) que recuerdan que este lugar ya fue utilizado por Amilcar Barca como senda para sus elefantes.

 

En este recoveco

donde el sol no tiene acceso pero en el que, de noche, penetran las estrellas siento la misma inquietud casi olvidada de mi niñez.

 

Este lugar,

En el que viven cinco miembros de una familia, sólo tiene permiso de existencia porque la Inquisición del Estado lo ha descuidado.

 

Aquí siento

que la obsesión de castigar me ha sido retirada cuando observo, por momentos, que la fuerza que acaricia la fuga campesina de la hierba sigue actuando como un vector de intensidad variable.

 

Cuando se calme un poco la tramontana

continuaré mi camino hacia Roses donde me esperan sendas visitas a dos niños. He escogido hacer el camino a pie desde Cadaqués para sentir estos elementos tan sencillos y naturales para los habitantes de este escondrijo entrelazado con el fuerte oleaje,

 

con el cielo embravecido

por el viento y con las rocas protegiendo a granados y otros arbustos. Luego volveré al ambiente del hospital donde esos elementos naturales prácticamente son inexistentes.

 

Impregnada del aire de mi niñez

anotaré cuidadosamente todas mis sensaciones en mi Manual de la Soledad y las observaciones de mis visitas a los niños de Roses en los Libros de Registro del Hospital.

 

Volveré a sentir la Soledad

apenas dulcificada por los recuerdos de mi niñez y por los esfuerzos de mis amigas.
                                                            Johann R. Bach
 
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