29 ago 2013

Tus ojos evolucionaban como los de un recien nacido

       EL PERFIL DESEADO

             

¿No viste algo extraño en ese perfil, algo excepcional?

De entre todos los rostros del mundo tú elegiste un perfil imaginando en su interior lo codiciado.

 

Vuélvelo a mirar otra vez:

lo has deseado, has dormido con él, has soñado con él, lo has besado muchas veces, lo has amado hasta el punto de odiarle; te ha herido, conoces su olor y su textura.

 

Cuando vas en el autobús

lo presientes como una música. Te preguntas como fue posible llegar hasta ese estado en que lo demás casi no importa. Vas al trabajo de forma rutinaria, casi en estado cataléptico.

 

Lo elegiste tú; y, por ello,

no puedes culpar a nadie de tus desdichas amorosas. Al principio te llegó a tu retina como las bendiciones y las catástrofes y ahora te parece imposible haber vivido en un mundo en el que no existía su rostro.

 

Algunas veces te planteaste aprender

a mirarlo sin sospechar siquiera que estabas cometiendo un error; el de pensar que sabías quien era sólo porque lo amabas.

 

Sin embargo, llegó el momento

–como no podía ser de otra manera- en que tus ojos evolucionaban como los de un recién nacido, ojos miopes que se adaptan poco a poco midiendo las distancias.

 

Finalmente ves el rostro de tu amor inmóvil,

abierto a tu curiosidad, desnudo. Se ha quitado de encima todas las afectaciones y los discursos que se vuelven repetitivos.

 

Te das cuenta

de que nunca habías reparado en ese vaso que sostiene en su mano, con un líquido del color del whisky. Quizá él no tenga la culpa de que te haya disgustado haberlo visto un poco más de cerca.

                                                                                             Johann R. Bach

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