12 ene 2015

Cabizbajo y con las solapas del anorak subidas caminó lentamente sobre el hielo de la calle

Hace de cada esquina un andén

 

•         Tristeza por amor no correpondido

          PHOSPHORICUM ACIDUM 200 CH (en la juventud)

          CAUSTICUM 200 CH (en la vejez)

 

Cuando su amante llamó al timbre 

a las nueve de la mañana, Julia no quiso abrir la puerta. El pulsó el timbre otra vez. Ella más indignada que tozuda simuló estar ausente y no respondió a la llamada del hombre de su vida.

 

Cabizbajo y con las solapas

del anorak subidas caminó lentamente sobre el hielo de la calle, giró la esquina de la Moselstrasse mientras el aire frío se estrellaba en sus enrojecidas mejillas. Las lágrimas fluían por la pena de no tener noticias de Julia desde hacía dos días.

 

Ella no contestaba las llamadas telefónicas.

Fingió no haber oído el teléfono. Seguramente estaba reflexionando como librarse de su amante.

 

Él, sintiéndose abandonado,

se dirigió al garaje de la Moselstrasse para cerciorarse de que el coche de Julia no estaba aparcado en su sitio. Ella adivinó sus movimientos y antes de que hubiera abierto la cancela de madera y descubriera que Julia estaba en casa y no quiso abrir la puerta, lo llamó por teléfono.

 

¿Qué quieres? Fue la pregunta

que con un tono de mujer despechada lo abroncaba para evitar que su amado le recriminase su actitud como hacen los Nux vómica, que sintiéndose culpables, simulan un enfado sin consideración para ocultar su mal proceder.

 

Su corazón estaba alterado,

porque Julia se siente como si hubiera cometido un crimen. En realidad sí está cometiendo un crimen al encerrar en una clínica psiquiátrica a su hijo, ya que nunca más saldrá de esa cárcel; porque allí le cuidarán a cambio de que puedan experimentar en él nuevos fármacos.

 

Peter, poco a poco,

irá apreciando a sus cuidadores se sentirá cómodo en su "hotel" y Julia también; mientras nadie se lo recuerde. Cuando salga de esa clínica arrastrará ya para siempre su cualidad de "handicapé" (disminuido) Veremos que dicen el padre de Peter o Eloisa, su hermana.

 

Luego lo llamó. Le dijo:

Ahora tengo que salir y no tengo tiempo para nada. Son las escusas de un Nux vómica para zafarse de una situación engorrosa. Realmente huye de un escenario adverso como hace Sepia. Julia necesitaba argumentación sólida para justificar su actitud y no la tenía.

 

Pasó la mitad del día

revolviendo papeles, telefoneando a personas que pudieran conocer algunos hechos que poder recriminar. En el maletín de cuero de su amante encontró un sobre con siete mil euros: he ahí el cuerpo del delito.

 

Pensó a la velocidad del rayo:

nadie podrá probar nunca que ese dinero estaba ahí. Había que urdir un plan para quedárselo.  

 

Citó a su amante a las siete

de la tarde para ir a cenar a la "Trattoria del Corso",  reputado restaurante italiano de la Reihnstrasse, frente a la gasolinera Aral. ¡Bonita costumbre la de invitar a cenar al amante como despedida!

 

Él llegó antes y ajeno a la bronca

que le esperaba pidió una mesa para él y para la Dama de sus Sueños. Los camareros, lejos de reírse, saludaron con simpatía el cumplido. Encendió las cálidas velas de la mesa.

 

Ella llegó con el semblante frío,

serio y durante toda la cena criminalizó todos y cada uno de los actos de su amante y los de sus hijos y amigos; en cada comentario añadía un insulto o una acusación.

 

Le entregó dos cajitas

de medicamentos a modo de maleta en la puerta. El resto de vestuario,

libros, medicinas y el dinero dentro del maletín quedaban en depósito como garantía de que abandonara el piso de Fregestrasse.

 

Avergonzado y triste,

él entregó sin mediar palabra el duplicado de la llave del Mercedes de Julia. Deseó que la fría noche se lo tragara arrastrándolo como una marea baja.

 

Incomprensiblemente Julia

no fue directamente a su casa después de encerrar el coche en el garaje. Fue paseando mohínamente hasta alcanzar el 33 de la Fregestrasse. Llamó al timbre y él le abrió la puerta del inmueble. Subió lentamente pisando suavemente la alfombrada escalera.

 

Él solamente dijo dos cosas:

¿por qué has venido? ¿No ves que así lo haces todo más difícil? Se abrazaron en el enorme sofá blanco en silencio y después de largas caricias él preguntó lo obvio: ¿Quieres dormir esta noche conmigo? Ella asintió.

 

Después de largas horas de amor

ella balbuceando dijo: es la segunda vez que duermo en esta cama. Simuló seguir amándolo por miedo. Realmente estaba cometiendo un crimen. Se estaba asegurando de que su amante estaba bien muerto. Lo remató.

 

Por la mañana volvieron a Dirkhardtstrasse.

Julia preocupada por hacer creer a su amante que realmente le preocupaba su hijo Peter, le llamó pidiéndole un medicamento para la intoxicación de los antidepresivos que le estaban dando en la clínica donde lo había internado, medicamento que no le administró porque realmente Julia no quiere que su hijo se ponga bien.

 

Es una coartada para consumar

con más perfección su crimen. Esperaba pacientemente un viaje de su amante para preparar un segundo asalto porque le habían faltado fuerzas en el primero. Aquel domingo fue especial. Durante la noche hicieron el amor hasta el amanecer.

 

Luego al despertar volvieron a juntar

sus desnudos cuerpos porque ambos sabían que eran los últimos alientos de un amor moribundo; rectifico, ya muerto. Ambos interpretaban su papel.


                                                         Johann R. Bach

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