11 ene 2015

¿Cómo no comprender a esa señora que a sus 60 años lo ha perdido todo?

Cap 89 de La Chica de Kiefholzstrasse 


  • Coma etílico              OPIUM C 200
  • Traumatismo moral   ARNICA C 200

 

Ayer fui a la Trattoria del Corso,

uno de los más encantadores restaurantes italianos de Berlín, en la Rheinstrasse; en la puerta quedaba solo una mesa redonda y alta en la que dos camareros estaban fumando un cigarrillo. Estaban devorando un par de minutos a la fresca brisa, fuera del agobio propio del trabajo.

 

El resto de la hermosa terraza

estaba ya recogida aguardando a que el sol de los próximos días pueda marcear sobre el cielo de Berlín. Las luces de toda la fachada ya estaban apagadas y no me percate que en la entrada, justo al lado de la puerta había alguien más.

 

Mi atención sobre los dos camareros

se interrumpió de golpe al oír un ruido sordo, rápido, inesperado, incomprensible, como algo que rozo la pared. Los tres, camareros y yo, giramos la vista hacia el lugar de donde procedió el ruido. La primera impresión fue la de ver caer al suelo un fardo oscuro y pesado.

 

Era una señora envuelta

en un largo abrigo de cuero que apoyada en la ventana pasaba desapercibida gracias a la penumbra del rincón y a la negritud de su atuendo.

 

La caída fue brutal:

sus gafas se hicieron cisco, el cigarrillo que estaba fumando seguía ardiendo, consumiendo oxígeno; en el suelo, la cara acusaba el golpe, los ojos idos; un fino hilo rojo salía de su nariz; nos lanzamos los tres en su socorro.

 

Uno de los camareros entró al interior

de la Trattoria para pedir ayuda; el otro camarero y yo permanecimos sujetándola lo más suavemente que pudimos. No recobraba el conocimiento, el olor de alcohol parecía indicar que era una SDF, lo que los franceses llaman eufemísticamente una persona "sin domicilio fijo" o lo que en Alemania se conoce como "los sin techo".

 

Sentí pena sin consuelo posible;

mis ojos querían llorar. Mi impotencia ante esa situación era total; ni siquiera llevaba conmigo el botiquín de urgencias en mi zurrón; le hubiera dado Opium para despertarla de ese terrible letargo que produce el vaho etílico y luego árnica para darle coraje para resistir el golpe menos físico que el moral de abandono (árnica es la margarita abandonada a las inclemencias del frio y viento de alta montaña).

 

Pero siento que no tengo una medicina

que pueda paliar la falta de cariño. El amor es insustituible como medicina para el alma. Me horroriza pensar que esa persona podría ser yo, o cualquiera de mis amigos, en un futuro no muy lejano.

 

¿Cómo es posible llegar a eso?

¿Cómo se puede llegar a un estado de tal soledad? ¿Cuántos millones de "SDF" o mendigos hay en Europa? ¿Cuántos de ellos necesitamos ver desplomarse física y moralmente ante nosotros para comprender que somos frágiles? ¿Cuántos minutos dedicamos al día a pensar en ellos? ¿Qué tipo de atención, oración, ayuno o acción les dedicamos?

 

                             "Avive el seso dormido y

                              despierte el alma dormida,

                              contemplando

                              cómo se pasa la vida,

                              cómo se viene la muerte,

                              tan callando".

 

Son palabras del poeta Manrique.

Muchos de nosotros nos creemos muy fuertes, creemos que esa situación nunca nos va a llegar porque nos sentimos ricos, tenemos seguros, dominamos a nuestros hijos, parientes, amigos y vecinos y les imponemos nuestra voluntad para que hagan lo que nos conviene a nosotros hasta que, de mayores, nos asesten el golpe definitivo en el momento en que nuestras piernas ya no nos puedan mantener en pie, cuando la cerviz esté a punto para la guillotina.

 

¿Cuántos ancianos tienen miedo

de ir al lavabo en una gasolinera por miedo a que sus bienaventurados hijos los abandonen? Seguramente esa señora tendrá hijos, sobrinos, hermanos que, resentidos, le habrán negado el pan y la sal. Secretamente han esperado ese momento para culminar una ansiada venganza que, al igual que un postre en verano, se sirve en plato frio.

 

Muchos de ellos alegaran

que era una alcohólica, una drogadicta, etc. Esa forma de pensar es la misma que la de aquellos que abandonan a niños que no son ni alcohólicos ni drogadictos ni tienen nada que se les pueda achacar.

 

Ante esa escena,

yo esperé una llamada de mi Esperanza que no llegó. Esperaba con alegría un ven a buscarme; un no vengas que ya hay alguien que me acompaña a casa; nos veremos mañana; un te llamo mañana. Entrando en mi ordenador pasada la una de la mañana y con lágrimas en los ojos leí una poesía de despedida.

 

Durante todo el día siguiente

la llame por teléfono sin resultado alguno. Con el alma en vilo y pensando que pudiera haberle ofendido llame a su puerta dos veces como el cartero. No me abrió. Con el peso del frío de la mañana en mi alma volví a sentir la sensación del abandono.

 

No tengo amigos

en quien pueda apoyar mi cabeza. Todos los conocidos son amigos y amigos de los amigos de mi Esperanza; mis alimentos son el amor que puedo ir recogiendo a lo largo de mi vida de mis pacientes. Perdiéndolo, lo he perdido todo.

 

Nada podría sustituir el amor

que hasta hoy tenía. ¿Cómo no comprender a esa señora que a sus 60 años lo ha perdido todo?

 

No tengo medicina alguna

para el desamor. Solo quisiera que todos aquellos que buscan cobrarse una afrenta, una deuda, un crimen que achacarle a esa señora la perdonen. Y antes de que ande sus últimos pasos no se olviden de que ella también fue niña...


                                                              Johann R. Bach

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