2 abr 2014

Mi vida comenzó en el aire marítimo; ...

LA FRENTE DESPEJADA DE HELENA

                   

¿Decepcionado has dicho?

 

Sí; yo heredé con la fama

ese sino aborrecido, la gloria mundanal, que ha exhibido una luz demoníaca en torno a 

 

mi sillón en la Academia de la Medicina Gratuita

abrasando mi agotado corazón con un dolor que el infierno no me hará temer de nuevo.

 

No he sido siempre como soy ahora;

la aureola febril sobre mi despejada frente –como la tuya la Helena de hoy- la reclamé y la gané aunque para ello hice muchas trampas.

 

Sí; la misma herencia

dio Cartago a Amílcar Barca, ésta a mí. La herencia de una mente regia y de un espíritu orgulloso que ha luchado con un cierto éxito parcial con la especie humana.

 

Mi vida comenzó en el aire marítimo;

la tramontana disipaba violentamente las tinieblas y cada noche rociaba con sal fina mi joven cabeza;

 

y mi cerebro bebió entonces su veneno

-como hoy tú bebes el tuyo- cuando tras un día de lucha peligrosa con los peces voladores, tomaba su guarida y me dormía,

 

en mi orgullo del poder,

cual infantil  reyezuelo del momento, pues con el rocío de la mañana mi alma se imbuía de un sentir profano y yo sentía que,

 

en sueños,

con sigilo su esencia a mí se aproximaba, mientras la luz, brillando desde una nube que en lo alto se cernía parecía a mis ojos de té la pompa de los elegidos.

 

Y el profundo toque de trompeta del trueno

me llegó con gran prisa, hablándome de combate y tumulto, en que mi voz –¡mi propia voz, necia criatura!-

 

se inflamaba

(¡oh, cómo se regocijaba mi loco corazón y saltaba dentro de mí con aquel grito!) al grito de batalla de ¡victoria!

 

Cayó la lluvia sobre mi cabeza

sólo apenas cubierta, y el viento huracanado pasó veloz sobre mí, pero mi mente enloquecía, pues era el hombre quien vertía laureles sobre mí, y una ráfaga,

 

un torrente de aire gélido,

gorgoteó en mi gozoso oído, el hundimiento del imperio español, junto con la súplica del cautivo,

 

el murmullo de los pretendientes

y el mezclado tono de la adulación de la adulación en torno a mi sillón en la Academia de la Medicina Gratuita.

 

Cesó la tempestad y yo desperté;

su espíritu al sueño me había mecido y al pasar a mi  lado despuntó sobre mí extraña luz, como para dormir mi alma en el misterio;

 

pues yo no era lo que había sido,

el hijo de la naturaleza sin cuidado, ni pensamiento, salvo del pasajero escenario.

                                        Johann R. Bach

No hay comentarios:

Publicar un comentario