CADAQUÉS EN AGOSTO
Todo lo que veo en este lugar,
ya vivido en otros menos alegres como Alt Treptow o Friedenau, está relacionado con la vida de los hombres, sus sueños lo invaden entero mientras calles y playas callan.
Todo en Cadaqués
gira en torno al pasado, en torno a la historia escrita por los hombres; muchos -como Dalí o Plá- recrean su mundo dentro de cada palabra.
Mientras la savia agosteando
pierde fuerza dentro de las arterias, la piel de los árboles se enfría endureciendo tronco y ramas; las hojas se desprenden, caen al vacío.
Cuando los días se detienen
dando paso a largas noches los ojos de té se reconocen; huyen de las desgracias, que siempre a punto dentro de la mente te esperan
aunque la mayoría de esos presagios no sucederán jamás.
En Cadaqués
los gestos se reencuentran detrás de los blancos muros desteñidos de recuerdos, bajo la desapacible Tramontana.
Y ahora tú
que has aprendido a llorar miras labios que se besan mientras miran al mar, aunque otras bocas sedientas pidan beber en la tuya.
Un viento de soledad
mueve las clareadas copas y toldos de terrazas, restablece el deseo, desnuda la impaciencia.
Se expande
la luz del dolor dentro de ti como las galaxias hacia el centro del tiempo.
No oigo mi corazón.
Pienso en mi vida,
pero se desdibujan las imágenes justo al borde del sueño.
La noche, húmeda y estrellada
bombea su sangre caudalosa al ritmo de la minúscula marea.
¡Cuán fresca es la noche de agosto sin luna en Cadaqués!
¡Cuán dulce tras el ruido del día
y sofocante calor! Los pálidos faroles bajan la mirada hacia su propia imagen verde sobre las plantas trepadoras de las calles
proyectada, hacia adelante
y alejándose de la vista de la playa donde la tormenta de luz ha depositado sobre el calor sobre las blancas paredes.
Libertad y espacio en expansión:
se dilata la vida en Cadaqués, preparada, parece, para romper los brazaletes de hierro de uno mismo,
para fundirse con otras vidas
Johann R. Bach
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