RESPUESTA A TU ÚLTIMA CARTA
Siempre has insistido
en lo contradictorio de mis palabras. ¿Recuerdas? Acostumbrabas a decirme: “Quien te entienda que te compre”.
Joana, tu carta, demostrando, supongo,
que en algún lugar de este planeta existes ¿quién sabe? En algún lugar del tiempo,
que quizás, esta mañana llegue,
recordándome con alguna de tus notas de amonestación católica que la fe es la prueba no las obra.
¡Obras!
Cualquier persona de modesta condición puede hacerlas si lo intenta ¿pero qué escuela puede enseñar a uno a creer en lo aparentemente ridículo?
Un ciego diría
que no se puede creer en lo palpablemente inexistente y sin embargo el amanecer se muestra visible con sus hilos de luz.
Lo mismo que nosotros,
devotos del orgasmo como culminación esotérica, en esta loca aventura del amor
quien quiera salvarse debe amar
sin el accesorio de los sentidos o de la razón,
no debe dudar aunque la deidad sea trasladad lejos, remota, invisible; quien no se ama más por obras voluptuosas, sino por
la fe que vive en ausencia
y en la ignorancia del cuerpo.
No soy uno de esos pretenciosos
que afirman tener fe, e incluso en el amor permanezco agnóstico. ¿Estás aquí? Evidentemente es el hecho, constatado por tu divina visión,
tal vez por el cálido toque de la boca;
y porque te amo, por tanto, lo sé con mayor certeza, con mucho dolor.
Ya sé que me dirás,
en caso de que esta carta llegue a tus manos: “Palabras, palabras y palabras”.
¿Qué le voy a hacer a mis sílabas si yo soy así?
Contradictorio, disperso, siempre con nuevos pensamientos profundos engendrados por una cancioncilla cualquiera,
Abierto a nuevos mundos
Vislumbrados por la ventana de una palabra que ha cesado, de algún modo, de ser opaca.
Siempre con las musas
zumbándome en la cabeza: Una autografía, en fin, cristalizada bajo una antigua estilográfica, así:
“Cuando te escribí esa carta
era lo bastante joven para no conocer la juventud, yo era un fauno cuyos amores eran bizantinos -como el acné de mi frente- entre rígidos árboles.
Ante mí la verdad desnuda
crujía sobre sus patas intelectuales, divina por ser inhumana, y nunca fue atrapada yendo yo a toda velocidad;
pues ella el pensamiento
sobrepasar podía.
Ahora soy lo bastante viejo
para saber que soy joven, más bellezas de silicona persigo, pero inspiro vida al remover el titanio de sus huesos
con el aliento de mi deseo.
Y la verdad absoluta
ahora se manifiesta cuando en cierto rostro y pecho durmiente
la luz de la luna sueña
y acordes de plata se ensartan, y una mano de marfil toca la dolorida lira”.
Sí, sí. Ya sé… Sólo es una modesta autobiografía
Johann R. Bach
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