3 abr 2014

Ahora soy lo bastante viejo para saber que soy joven, más bellezas de silicona persigo

RESPUESTA A TU ÚLTIMA CARTA

 

Siempre has insistido

en lo contradictorio de mis palabras. ¿Recuerdas? Acostumbrabas a decirme: “Quien te entienda que te compre”.

 

Joana, tu carta, demostrando, supongo,

que en algún lugar de este planeta existes ¿quién sabe? En algún lugar del tiempo,

 

que quizás, esta mañana llegue,

recordándome con alguna de tus notas de amonestación católica que la fe es la prueba no las obra.

 

¡Obras!

Cualquier persona de modesta condición puede hacerlas si lo intenta ¿pero qué escuela puede enseñar a uno a creer en lo aparentemente ridículo?

 

Un ciego diría

que no se puede creer en lo palpablemente inexistente y sin embargo el amanecer se muestra visible con sus hilos de luz.

 

Lo mismo que nosotros,

devotos del orgasmo como culminación esotérica, en esta loca aventura del amor

 

quien quiera salvarse debe amar

 

sin el accesorio de los sentidos o de la razón,

no debe dudar aunque la deidad sea trasladad lejos, remota, invisible; quien no se ama más por obras voluptuosas, sino por

 

la fe que vive en ausencia

y en la ignorancia del cuerpo.

 

No soy uno de esos pretenciosos

que afirman tener fe, e incluso en el amor permanezco agnóstico. ¿Estás aquí? Evidentemente es el hecho, constatado por tu divina visión,

 

tal vez por el cálido toque de la boca;

y porque te amo, por tanto, lo sé con mayor certeza, con mucho dolor.

 

Ya sé que me dirás,

en caso de que esta carta llegue a tus manos: “Palabras, palabras y palabras”.

 

¿Qué le voy a hacer a mis sílabas si yo soy así?

Contradictorio, disperso, siempre con nuevos pensamientos profundos engendrados por una cancioncilla cualquiera,

 

Abierto a nuevos mundos

Vislumbrados por la ventana de una palabra que ha cesado, de algún modo, de ser opaca.

 

Siempre con las musas

zumbándome en la cabeza: Una autografía, en fin, cristalizada bajo una antigua estilográfica, así:

 

“Cuando te escribí esa carta

era lo bastante joven para no conocer la juventud, yo era un fauno cuyos amores eran bizantinos -como el acné de mi frente- entre rígidos árboles.

 

Ante mí la verdad desnuda

crujía sobre sus patas intelectuales, divina por ser inhumana, y nunca fue atrapada yendo yo a toda velocidad;

 

pues ella el pensamiento

sobrepasar podía.

 

Ahora soy lo bastante viejo

para saber que soy joven, más bellezas de silicona persigo, pero inspiro vida al remover el titanio de sus huesos

 

con el aliento de mi deseo.

 

Y la verdad absoluta

ahora se manifiesta cuando en cierto rostro y pecho durmiente

 

la luz de la luna sueña

y acordes de plata se ensartan, y una mano de marfil toca la dolorida lira”.

 

Sí, sí. Ya sé… Sólo es una modesta autobiografía

 

                                                                        Johann R. Bach

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