LA NEGRURA QUE CUBRE LAS CIUDADES
Soterrada en impenetrable negrura
se arrastra la vieja alma del topo y se despierta o duerme,
no lo sabe,
pero incansable excava túneles a través de los siglos del olvido; hasta que por fin
el largo encierro
a uno y otro lado de la pared acaba, y confusa la luz avanza desde lejos,
y la labor del topo
se hace crepuscular.
Yo conozco esa negrura
que cubre las ciudades.
Pero las largas y siniestras tinieblas
que por las calles se despliegan, sutilmente confusas, se arremolinan y dispersan, menguan y viscosamente fluyen;
tinieblas de lujuria y avaricia,
del devastado cuerpo y el perverso corazón…
Yo conozco esas tinieblas
que cubren las ciudades.
Estúpido y mudo y
ciego y sin tacto había llegado a un punto sin retorno, pero aquí, bajo el cielo de este mar zafiro sin mareas,
sin vapores que lo empañen,
sin nubes que lo oscurezcan, como cualquier viajero escogí el mejor de los caminos.
Mis ojos, como los del topo
se volvieron de halcón; el saber se me presentó en migajas reticentes que tuve que pagar con elevada y desmedida usura
a la implacable vida.
A cada lado de mi nuevo camino
brillan los márgenes guías luminosos y cristalinos; y los debo recorrer y recorrer hasta que la noche haga caer el olvido.
Algo dentro de mí me advirtió
de que el viento de tramontana no debería ser visto como un componente hostil sino como la textura de una tierra colmada de brillantes auspicios.
Sí, sí.
Un lugar –sin grandes ciudades- donde se engendran y maduran los sueños: Tierra afortunada que concibe las vides y los olivos de su divino deseo.
Johann R. Bach
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