31 mar 2014

El mar, ese inmenso depósito hilvanado con fuertes rocas y con suaves arenas...

NACER EN CADAQUÉS

 

Al nacer en Cadaqués no partías de cero.

Cuando naciste tus hermanos ya hablaban, andaban y jugaban en la arena, justo enfrente de casa, remojándose los pies en agua de mar.

 

Tu hermano ya hablaba dos lenguas,

tu hermana sólo una; aún no iba a la escuela. Acompañaba a tu madre en los quehaceres y cuidaba de ti peinándote el cabello de tantas formas  como caras tiene un poliedro.

 

Tu punto de partida no era cero;

el humilde refugio de pescadores era la casa donde se estrellaba  la tramontana y el mar acababa siempre acariciando hasta el dintel de la puerta como si buscase lavarte los pies.

 

El mar, ese inmenso depósito

hilvanado con fuertes rocas y con suaves arenas, lleno de luz, agua y sal de vida, sabía que tenías alma de príncipe; te respetaba, calmando a Neptuno, cuando cogido de la mano de tus hermanos aprendías a caminar entre sargos, percas y rojo-amarillentos serranos con las primeras palabras de la sirenas.

 

Junto a conchas sonrosadas,

granadas y membrillos, con los primeros y alegres estremecimientos, tíos y primos vaciaban el aceite en enormes tinajas y en un suelo cubierto con un mantel de viñas, tapaban con tomillo y romero los humos de cordero asado.

 

Esa luz y ese olor

del universo mediterráneo, que sueñas como bueno es la mayor de las herencias deseables.

 

Una herencia sostenida

-que al azar agradeces- sobre tres modestas columnas: haber nacido junto al viento de Tramontana, de clase humilde, y, en una pequeña península de una nación oprimida.

 

Al nacer en Cadaqués,

bajo el turbio azur de ser tres veces rebelde, no partías de cero.     

 

                                                                 Johann R. Bach

No hay comentarios:

Publicar un comentario