SOBRE LOS PUENTES DE PARÍS
Aún obsesionada
por aquella escultura de hierro oxidado de la bicicleta apoyada en un columpio del patio interior de la inmensa manzana de la Rue de Solferino, pensé en el embarazo de Dominique.
Hacía tiempo que quería tener un hijo
al que abrazar todos los días, y cuando la empresa hizo una regulación de empleo, decidió que aquél era el momento.
Las embarazadas podían conservar su empleo.
Su animosa voz
me sacó de mi ensimismamiento:
Hoy vamos a rozar el encanto del agua distraída
que se deshace de la mirada de más de un turista satisfecho procedente de allí donde el clima se cuela en oficinas de luz fluorescente por minúsculas ventanas hasta minúsculos pensamientos y funcionarios
y el apagado tableteo suplicante
de los teclados de los ordenadores de primera generación atrapa lo que sólo dura un suspiro.
Vamos a quedarnos quietos
mirando el agua que pasa por debajo del Pont Royal y que discurre hacia el Pont d'Alma sobre un mosaico de destellos y ondulaciones resplandecientes y pequeñas olas uniformes que
se mueven como si no fueran a parte alguna
bajo los estructuras tambaleantes de la administración de París donde un millón de ojos recluidos echan un solo vistazo a los surcos creados por un "bateau mouche".
Allí, sobre el Pont Royal contaremos hasta siete,
luego nos alejaremos deprisa hacia la Rive Droite para alcanzar la auténtica escápula de París "Les Grands Boulevards".
En sus grandes comercios
nos plantaremos viendo en sus lujosos ventanales todo lo superfluo del mundo. Luego ese amargo regustillo de nuestros estómagos se dulcificará con el monólogo de algún café teatro.
Johann R. Bach
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