HUIR DEL CONCEPTO DE INFINITO
Justo al pisar la facultad,
el nombre de Zenón -un compañero- me llamó la atención. Era la primera vez que oía ese nombre.
Era un muchacho de mi misma edad,
un poco bajo de estatura y de constitución maciza. En su rostro destacaban unos grandes ojos ligeramente rasgados y una nariz curvada y ancha sin llegar al aplastamiento de las de los boxeadores.
Zenón N. era un buen estudiante
y dotado de una gran personalidad.
No teniendo trato directo con él
construí un inventario de sus cualidades a partir de la admiración que por su persona sentía Rosa F., Mariona P., Joan M., Jordi S., José L., Paco Fernández Buey, Jordi M., A. Pacheco, Josefina Ll., Jordi B., Mariano L. Jaime P. etc…
Cierto día entré en la biblioteca
y encontré en un índice de nombres el de Zenón de Elea, discípulo de Parménides.
Leer su pretensión de demostrar
que el movimiento es imposible a través de la idea de que Aquiles no alcanzaría nunca a una tortuga que le llevara en el punto de partida alguna ventaja, me hizo aterrizar en la Antigua Grecia.
Lo curioso de Zenón
es que consiguió defender esa idea, que supone en si misma una tontería. Sin embargo, su historia hizo que en mi cabeza zumbara la idea absurda del concepto de infinito.
Tardé muchos años
en aprender a escabullirme de esa rara cosa que tan alegremente se usa llamándole infinito. Huir del infinito me ayudó mucho en matemáticas y física.
Mi mirada se volvió hacia Descartes
que decía –y con razón- que todo lo que existe, existe en cierta medida.
Dos evidencias me tranquilizan desde entonces
LA PRIMERA: La relatividad
estableció un máximo para la velocidad en el universo y
LA SEGUNDA: La mecánica cuántica
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