7 oct 2013

Yo, Johann R. Bach calificado estudioso y observante de los cielos...

        CRÓNICA DESDE EMPURIES

                                          Asclepio –Esculapio para el mundo romano-

                                                            Ruinas de Empuries. Roses al fondo.

 

CRÓNICA DESDE EMPURIES

 

Yo, Johann R. Bach,

un modesto alférez médico que nunca entró en combate, aunque curé a miles de soldados salvando a muchos de ellos de la ruina física y moral vacunándolos contra el odio y el resentimiento con gotas de su propia orina;

 

calificado estudioso

y observante de los cielos, de reputación pensante, apasionado seguidor de la medicina y la astronomía de Asclepio;

 

demasiado viejo para luchar

como los otros –en partidos, sindicatos, Juntas de vecinos, asociaciones contra los desahucios o contra la corrupción de funcionarios,

 

fui designado como un favor

para el papel menor de cronista de los acontecimientos del asedio a esta antigua ciudad de Empuries.

 

Fui exhortado a ser preciso,

objetivo como mi antecesor Plinio el Viejo, mas nadie entre los alcaldes, presidentes de cofradías de pescadores o historiadores, parece ponerse de acuerdo en fijar la fecha en la que empezaron las invasiones –germánicas, por el norte, ibéricas, por el sur y el oeste.

 

Por suerte el Frente del Este

hace cientos de años que está estabilizado: el mar se ha encargado desde siempre -con sus olas, con la humedad de sus brisas-, de la limpieza de las costas y ruinas del país.

 

Así que cuando llegué a Empuries

observé que todos padecían de la pérdida de la noción del tiempo y en consecuencia la mayoría de los pobladores de la zona eran desmemoriados que

 

asombrados ante la avalancha de turistas

se preguntaban como ellos el origen de las pocas piedras que aún quedan en pie.

 

No sé cómo describir

el apego que los ciudadanos de este país tienen por sus rocas, playas, montañas y ríos.

 

No me explico

cómo entre las ruinas griegas, cartaginesas o romanas florecen tantas y tantas personas que ven en las estrellas un regalo de los cielos; en las olas del mar, una caricia al país que atempera el clima; y, en la nieve y lluvia, una bendición de los dioses para los bosques.

 

Estoy realmente asombrado

al ver que no se rinden ante los almacenes vacíos de comprensión y sólo la ambición es ahora la moneda corriente; cómo resisten el cerco de millones de hijos de vengativos guerreros;

 

cómo aman y conservan

a su virgen negra, cómo, a pesar de los incendios y bombardeos del enemigo, conserva el mayor patrimonio del arte románico de Europa; cómo sobrevive su lengua al genocidio practicado por las hordas carpeto-betónicas.

 

Sé que todo esto que escribo

es monótono y que a nadie puede conmover y es por ello que trato de evitar –sin conseguirlo- los comentarios y procuro mantener a raya las emociones;

 

por ello cada mañana,

antes de comenzar a escribir hechos que aparentemente sólo ellos son valorados por los turistas, me prometo a mí mismo informar objetivamente, pero

 

con cierto orgullo lanzo mis mensajes

al mundo reconociendo que, gracias a la tenacidad, aquí se cría una nueva variedad de niños a los que no les gusta la guerra y que despiertos o dormidos sueñan con sopas de letras contaminadas con números y trozos de pan embebidos de vino;

 

sueñan con parecerse a sus padres

recogiendo el testigo de su cultura y de sus diversas lenguas aprendidas en la Universidad Gratuita de la Miseria, de la miseria de haber tenido que emigrar o lanzarse a la mar buscando el alimento que sus vecinos les deniegan.

 

He podido averiguar,

consultando varias fuentes, que finalizada la Segunda Guerra Púnica e incorporada la península Ibérica a las nuevas provincias romanas de la Citerior i Ulterior, se produjo en el año 197 a.C. una importante revuelta de los periecos de Empuries contra la política fiscal de Roma.

 

En el año 195 a.C.,

un ejército romano, bajo el mando de Marco Porcio Caton, vuelve a desembarcar en el puerto de Emporion para reprimir la rebelión. Eliminaron la moneda propia –la primera de la península ibérica- que

 

acuñada en plata pura

–no he podido averiguar de dónde obtenían la plata- demuestra que ya a finales del siglo VI a.C. Empuries era una potencia comercial y cultural.

 

No es cierto

que la cultura griega no haya dejado pistas materiales, como el teatro, la música, la poesía, la filosofía o la danza. Yo las reconozco impregnadas en el ADN de su carácter y en el culto de la zona a los membrillos y granados propios del mundo púnico ebusitano.

 

Al atardecer me gusta deambular

por la playa y mirar el horizonte como confín de nuestra libertad incierta; miro desde lo alto el hormigueo de los turistas y en verdad que es inconcebible que el país todavía se defienda.

 

El asedio se prolonga

con diferentes enemigos a los que nada les une excepto el anhelo de apropiarse de las vistas y de las piedras: el oro moderno.

 

En las colinas de los alrededores

huele a romero y plata líquida y así al atardecer liberado de los hechos puedo pensar en los lugares de dónde se podrían extraer los minerales preciosos;

 

en asuntos antiguos lejanos

en los que se combinaban el crecimiento de los cementerios con la disminución de los defensores; en cómo es posible que la resistencia perdure hasta el final.

 

Estoy convencido –al acabar esta crónica-

de que si el país al final cae y uno sólo de sus defensores sobrevive, él portará consigo la cultura y el carácter de Empuries por los caminos del exilio. Él será la ciudad. 

 

En ese caso se habrá demostrado

una vez más que cada hombre, cada civilización tiene su propia forma de traicionar y que sólo nuestros sueños nunca fueron humillados.

 

                                                                               Desde Empuries

                                                                                Johann R. Bach

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