7 oct 2013

Los proletarios celestes constituyen una minoría protegida

       CRONICA DESDE EL PARAISO

Esta semana –como todas-

se ha caracterizado por el buen tiempo y la buena cara de todos los vecinos, con una sonrisa de plástico envidiable. No llueve y el sol quema la piel mejor que en cualquier playa.

 

Esta ha sido una semana

de poco trabajo/persona –unas dos horas en total- y hemos cobrado unos subsidios maravillosos. Esto es el Paraíso. ¿Puede haber alguien que desee otra cosa?

 

Los precios son de risa.

Con el sueldo de una semana podemos tomar 200 cafés, 1 hamburguesa, dos huevos, 1 sopa de ajo, 10 gramos de pan, 3 litros de ginebra, 2 colas de 500 ml, 3 champiñones, 50 porros, 1 gramo de jabón, 3 aceitunas y… ¡cómo no? a escoger entre 1 mandarina ácida o 1 lima.

 

(El lector de esta crónica

comprenderá por qué nuestras neveras están repletas)

 

En estos días se ha practicado

más deporte que nunca. Ya sabéis que aquí en el Paraíso el deporte preferido consiste en partir leña o en escribir sobre el teclado del ordenador ya que gracias a ello el sistema social es estable.

 

¿Los gobiernos? ¡Ay!

Son de lo más sensato. Casi no hacen nada y por ello hay pocas quejas. En caso de conflicto se van a la playa y así se evitan discusiones.

 

Hay que reconocer

que no siempre fue así, que todo fue planificado para ser distinto. Pero nadie quería que el Paraíso fuera distinto: círculos luminosos, coros y grados de abstracción pintados de cian y magenta.

 

Nada de esos ridículos ocres

de los bosques caducifolios podría amenazar las plantaciones de café y hachís. Y aunque no se logró separar con precisión las palmeras de plástico de las vacas sagradas el resultado fue bueno.

 

Al principio el cuerpo y el alma

se resistían a separarse y se necesitó mucha agua caliente y jabón para lograrlo y eso hizo que se sacaran algunas conclusiones: se mezcló un grano de lo absoluto

 

con un grano de arcilla

y aquello fue la hostia: Las gotitas de grasa resbalaban sobre los dedos que aún no comprendían la orden de los seres supremos cuando decían con voz autoritaria: "Dedos a la obra".

 

Naturalmente cuando eso pasaba

las mujeres salían huyendo buscando otros manzanos bajo los cuales poder refugiarse. Pero finalmente la Doctrina Única se impuso y lo arregló todo:

 

A partir de entonces las mujeres

son las únicas que trabajan en el Paraíso mientras sus maridos miran la tele tumbados en el sofá. ¡Ah! ¡Esto es el Paraíso!

 

Los proletarios celestes constituyen

una minoría protegida para conservar la diversidad biológica; y, son felices hasta el punto de que si se portan bien y recorren todas las estaciones del viacrucis de la Fórmula 1 sin rechistar,

 

se les deja oír el sonido de la lluvia.

 

¡Esto es el paraíso!

¿Qué digo? Esto se está convirtiendo en algo mejor que el Paraíso. La Semana próxima les volveré a enviar otra crónica con la esperanza de poderles decir:

 

¡Esto es más que el Paraíso! ¡Es la leche!

 

                                                                         Desde el Paraíso

                                                                          Johann R. Bach

 

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