9 oct 2013

Volví a examinara los ojos de aquel rostro paralizado, estupefacto

           LUCES DE NEÓN

 

No vi nada extraño

en el coche que me precedía, sus luces de stop, intermitentemente, se iluminaron. Finalmente el vehículo un Ford Fiesta se detuvo entregirado de forma que los demás autos también se detuvieron.

 

Lentamente salió del Ford Fiesta una silueta femenina.

Era una muchacha joven que por su aspecto bien podría rondar los veinte años. Ante nuestros atónitos ojos, se sentó en la acera.

 

La situación mostró claramente

que algo anormal pasaba. Puse el freno de mano y paré el motor de mi "Citroën Dos Caballos".

 

Cosimos a preguntas sin respuesta

a aquel rostro que nos miraba extrañado. En vistas a que sus labios no articulaban palabra alguna, entré en su vehículo y saqué de la guantera la documentación:

 

Se llamaba Luisa.

Vivía en la misma calle donde detuvo el coche. A cincuenta metros de allí. Un muchacho se plantó en cuatro zancadas en su casa y explicó lo que estaba sucediendo.

 

Estuvimos de suerte:

Su hermana acudió inmediatamente y nos contó que Luisa perdía de vez en cuando la memoria. Cuando eso sucedía no recordaba donde vivía y se perdía en las calles de la ciudad.

 

Aparqué su coche y también el mío

y me dispuse a hacer algo por ella; a comprender cómo se debía sentir Luisa en aquella calle envuelta en anuncios.

 

Por un momento pude ver en el paisaje

que todo eran líneas como en un mapa de carreteras. Había logrado meterme en su mente: no reconocía ninguno de los objetos que se presentaban ante mis ojos.

 

Unas líneas verticales

con ramificaciones más finas podrían ser árboles, el entramado de líneas verticales y horizontales quizá fueran vallas publicitarias y

 

unos puntos luminosos

como estrellas en el firmamento se atrevían a compararse a las farolas recién encendidas cuando la luz del crepúsculo anunciaba el derrumbamiento del sol.

 

Imaginé en el interior de su boca

la disminución de la lengua al desaparecer la saliva. Sus encías se habían azulado y la cianosis alcanzaba sus gruesos labios.

 

Me sentí como alguien que camina sin saber

si ha empezado o ha terminado, si va a ver a su madre, a su hermana o al novio, si juzgará o será juzgado, si escapará, si ha huido.

 

Me sentí como alguien que "no lo sabe".

 

Un fuerte calor seco acudió a mis globos oculares:

En cada esquina había una tienda de teléfonos móviles, las luces de las farolas parecían tristes, resignadas a convivir con la fina lluvia otoñal.

 

Volví a examinar los ojos

de aquel rostro paralizado, estupefacto, como si una escena terrorífica le hubiera llenado de pánico su cerebro: la dilatación de las pupilas no dejaba lugar a dudas.

 

Era la midriasis del opio.

 

Terrible situación para aquellos

que se pierden en el laberinto de las luces de neón de la ciudad sin recordar siquiera su nombre…

 

                                                                 Johan R. Bach

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