ANTE UN CUADRO DE DELACROIX
¡Oh alma de antaño!
Alma lejana, has vuelto a mí esta lluviosa tarde envuelta en sombras.
¿Consentirás que me quede contigo,
embelesada, en ti, para prolongar estas horas dulces?
Amiga del crepúsculo que regresas,
que te vas, y que a veces creo perdida para siempre, ¿qué te llama de nuevo al ver estos colores, y precisamente a esta hora?
No supe hasta bien entrada en años
que fuiste imbuido -¡oh Delacroix!- en el profundo sentido del misterio que reside en estar todo el tiempo en el equívoco, en los dobles, triples aspectos,
atisbos de aspectos
(imágenes dentro de imágenes), formas que van a ser, o que serán según el estado de espíritu del que admire tu arte.
Pero este sentido
en el que tú te aplicas a la pintura exigió tacto por tu parte, una suerte de mesura infinita, más que en cualquier otro, y los que te admiramos estamos seguros de ello.
Tu arte –lo sé- te exige como artista,
en mayor medida que a los demás, ser consciente de cada minuto de su gestación.
En ti Delacroix,
mediante revelaciones que en absoluto te empequeñecen, puede apreciarse una escisión entre el hombre y el artista.
Quien haya estudiado tu obra
constatará fácilmente tu esfuerzo y que te organizaste admirablemente para producirla y llevarla a cabo.
En tus cuadros se observa la constancia,
la tenacidad, el método, tu empeño en producir, la delicadeza cotidiana que empleaste para mantenerte en vilo ante los maestros que adorabas y sus estudios secretos y singulares:
en una palabra, para lo que todo creador,
cualquiera que sea, persigue sin tregua, tú tenías la ley y la fórmula, y el tiempo presente está mal elegido para recriminar sobre la forma o el modo de expresión que empleaste.
Fuiste, tú mismo,
de un extremo al otro de tu carrera; eso ya es algo; el resto, importa poco.
Johann R. Bach
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