LA SONRISA
Marta Guillamón solía decirte
que tu hermano no tenía madera de aristócrata. Nunca se casaría con un hombre que no tuviera un porte elegante.
Pero a ti te decía
que tenías la dulzura y delicadeza de una princesa. La sangre con su nitrito de amilo subía a tu rostro junto a la sonrisa.
Oh, sí, siempre
te has sentido afortunada; -es curioso. Ni tú misma querías creerlo. Aún ahora te sorprende; -de ahí tu retraimiento y tu agradecimiento cuando alguien, maestro, músico o escritor te dirigía, con el mismo énfasis que Marta, un "Buenas tardes", o un "Buenas noches".
Mirabas alrededor con cautela,
no fuera que estuviese saludando a alguien más. Una sonrisa inmensa te llenaba la cara y el escarlata se desbordaba por tus orejas –no estaba bien-lo sabes.
Intentabas contenerla;
evitarla; no lo lograbas; -sólo frunciendo el entrecejo se puede contener una sonrisa (eran palabras de Marta), pero para ello se necesita entrenamiento frente a un espejo. Tú nunca lo lograste.
Johann R. Bach
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