2 jun 2013

...conocí los Sanfermines y el nombre de Euskal Herría;

        ITZIAR NO PEDÍA NADA

         Y LO CONSIGUIÓ TODO

                                                                               El Txupinazo en Llodio

 

Corría lluvioso el febrero de 1.98 …

cuando yo, lleno de orgullo, aún joven y con más pelo que ahora en la ardiente cabeza, viajé a Euskadi por segunda vez.

 

Diez años antes, conocí los Sanfermines

y el nombre de Euskalerría; dormí sobre la tarima de un teatro en Loyola junto a los veinte integrantes de viajeros que recorríamos ese maravilloso país y admiré el color de su paisaje.  Apenas vi monumentos y mucho menos hablé con sus ciudadanos: sólo aprendí a decir ¡Gora Euskadi!

 

En el segundo viaje lo hice en solitario

con una carpeta que contenía el poder notarial a mi favor de Andoni natural de Llodio y un montón de ilusiones por conocer un poco más a fondo a las gentes de Euskalerría.

 

Todo empezó con luna llamada

de la recién creada Ertzaintza a Andoni. Muy mayor el hombre no pudo atender la llamada. Se puso al teléfono Maria Rosa, la mujer de Karlos amigo casi desde la infancia de Andoni.

 

Un policía de nombre como una provincia española,

pongamos por caso Salamanca, le comunicó a Maria Rosa que la hermana de Andoni había fallecido y que tenía la custodia de las llaves del piso donde Carmen había vivido.

 

Salamanca explicó a Maria Rosa

que el único familiar localizado era Andoni y que las llaves de la vivienda de su hermana con todos los documentos hallados estaban custodiados en la Comisaría de Llodio.

 

Andoni que caminaba ya con cierta dificultad

depositó en mí toda su confianza para hacer cuantas gestiones fueran necesarias. Así que cogí el coche aquella misma tarde y partí hacia Llodio.

 

Durante el viaje no pillé más que lluvia y viento.

Para no aburrirme decía en voz alta: No te atontes con el día de mañana. Estás mirando el invierno que franquea las llagas y corroe las ventanas, y sin embargo, …

 

"La muerte de una persona –iba pensando-  

produce efectos de todas clases: por ejemplo yo mismo me hallo en mitad de la noche, bajo una lluvia torrencial considerando el insulto de los sufrimientos de toda una vida como una chispa nómada que puede desaparecer en su propio incendio".

 

Plantado ya ante la barrera de la Comisaría

en una tierra, considerada por mí, llena de peligros, bajo la lluvia en una noche oscura, sin una luna de esas que cambian de jardín, me maravillaba la idolatría de la vida.

 

Sin mediar palabra (me estaban esperando)

el Puertas me condujo hasta el despacho de Salamanca. Con una amabilidad inusitada me dio las llaves del apartamento, llamó por teléfono a la vecina del mismo rellano del piso de la hermana de Andoni y sorprendentemente me dijo que me esperaba a pesar de que el reloj marcaba las dos de la mañana.

 

En cuatro palabras Salamanca

me puso al corriente sin mirar siquiera el poder que me había otorgado ante notario Andoni. Al fallecer su hermana uno de sus amigos, el carnicero del barrio estaba desvalijando su piso cuando la vecina llamó a la policía.

 

Simplemente con el dato de que Andoni debía de andar por Sabadell Itziar localizó el teléfono de la familia Lera originaria de Torrelavega. Por lo visto José Lera se había dedicado a vender leche de su propia vaquería y se había llevado a Andoni, su amigo de infancia, como trabajador. Ya cargados de años cerraron el negocio, pero el teléfono continuó figurando en la Guía Telefónica como vaquería de karlos Lera.

 

Andoni continuó viviendo

con la familia Lera como un miembro más. La familia me envió a mí a averiguar todo lo relacionado con la posibilidad de hacerse cargo de los bienes de la causahabiente hermana de Andoni.

 

Itziar me recibió con un té a punto

como si fueran las cinco de la tarde, me explicó todo lo que sabía,  luego me enseñó los objetos que había salvado del expolio del carnicero, me llevó hasta la habitación que me había reservado y me dio las buenas noches extrañamente familiar. Por la mañana aún no eran las siete cuando me despertó con los cafés en una bandeja y se sentó en mi cama mientras nos los tomábamos.

 

Me ayudó a revolver los papeles

que en cantidades ingentes, llenaban casi todos los cajones. Libretas de ahorro de varios bancos, algunas cartas haciendo referencia a títulos de acciones de compañías eléctricas y Telefónicas y un contrato privado de compraventa de un apartamento en La Manga del Mar Menor en Murcia fue todo lo que pudimos hallar.

 

Hablé por teléfono con el promotor

de la urbanización de San Pedro del Pinatar el cual me explicó exhaustivamente todo lo acontecido con el apartamento: No se llegó nunca a perfeccionar la compraventa.

 

Durante toda la mañana fuimos

de banco en banco recogiendo el poco dinero que había en cada cuenta. Hay que decir que en todas las sucursales ante la situación nos dieron todo lo que había en las cuentas con el sólo hecho de enseñar el Poder otorgado por Andoni. En total recogimos cincuenta y dos mil pesetas.

 

Al mediodía Itziar me llevó

a un restaurante algo lujoso y me presentó a sus dos hijas: Baiza de vinticinco años y la menor de diecinueve Madalen. La mayor, algo entrada en carnes, simpática y bonitos ojos tras una gruesas gafas, era callada y con su tímido carácter parecía haberse adaptado a una posible soltería puesto que no tenía ganas de salir con amigos y su vida se colmaba, por lo menos aparentemente, con el trabajo de dependienta en una panadería.

 

Madalen, por el contrario,

era alta y esbelta, con una cabellera larga teñida de rubio como una valquiria, con sus hierros en los dientes parecía aún más joven. Sus sugerentes ojos eran su mayor atractivo. La piel blanca apuntaba a una incipiente anemia consecuencia de noches y noches de poco sueño.

 

Era juerguista como ella sola

y no pensaba en otra cosa que salir con la cuadrilla a beber cerveza tras cerveza y en "vivir la vida". Le aburrían las cosas serias como a su hermana Baiza, pero por motivos diferentes. Los múltiples accidentes que había sufrido yendo en moto con alguna copa de más no eran suficientes para frenar su loca carrera hacia la nada.

 

Por la tarde paró de llover;

y, todo fueron llamadas telefónicas a la familia Lera: La información fue totalmente transparente. Maria Rosa me dijo que por la noche hablarían sobre el tema. Yo me moría de sueño, pero Itziar, la incombustible Itziar se empeñó en llevarme a cenar a otro restaurante.

 

Hablaba y hablaba durante la cena,

hasta el punto que me costaba seguir escuchándola. De repente mis ojos se abrieron de par en par y me despejé de golpe ante la descabellada propuesta de Itziar: Ni más ni menos me dijo, a palo seco, desnuda la frase, que si me quería casar con una de sus hijas.

 

No supe reaccionar.

No quise ofenderla con una negativa brusca. Ella con la naturalidad del que está obrando de la mejor manera del mundo continuó contándome las excelencias de cada una de las chicas, como si la respuesta negativa fuera una cosa casi imposible. No pensaba en ella misma. Fue cuando la miré más atentamente:

 

La cara de Itziar,

estrecha como la cabeza del Caballo de Troya, apenas podía contener sus sonrisas que iban de oreja a oreja. Sus ojos negros, asustadizos, incapaces de mentir, se despreocupaban del paisaje y de los míos. Su labio superior era fino ribeteado con una línea blanca como si hubiera bebido leche, estaba siempre en movimiento, porque la palabra no podía sujetarse en él. Su cuerpo, a pesar de rondar los cincuenta años era de lo más bonito que he visto, pero lo que llamaba más la atención era su corazón, demasiado grande para este planeta.

 

Me sentía

como si hubiera oído el canto de un pájaro sorprender a la rama en la mañana. Al llegar a casa otra vez las consultas telefónicas me salvaban de una situación un poco incómoda en la que yo debía tomar varias decisiones:

 

¿Qué tal los muebles? –me preguntaba Maria Rosa-

No están mal le contesté yo-, pero el porte de llevarlos a Sabadell superaría su valor. ¿Entonces qué? Se los podemos regalar a las hijas de Itziar que están montando su propio piso –propuse yo-. De acuerdo. Con el dinero que has recogido de las cuentas te pagas el viaje y en paz.

 

No hemos perdido ni ganado nada

–decía María Rosa-, está todo bien. Estoy casi de acuerdo en casi todo –le dije- ¿Cómo? Sí, que algo hemos ganado. No te entiendo –me interrogaba María Rosa. Hemos ganado unos amigos –contesté lacónicamente.

 

Le dí a Itziar las cincuenta y dos mil pesetas

obtenidas de las cuentas bancarias y le dije que era la decisión tomada por la familia Lera para ayudar económicamente a sus hijas.

 

Estaba tan rendido

que me tumbé en la cama sin desnudarme siquiera como desmayado; Itziar empezó a darme un masaje en los hombros. Debí quedarme dormido porque no me enteré de nada. Me desperté con un brazo sobre mi pecho y un aliento junto a mi oído. No me atrevía a moverme; una rodilla de seda me acariciaba suavemente el vientre. Poco a poco fui sintiendo como una soledad exenta de prejuicios se solapaba a la mía.

 

Estuvimos sin salir de la habitación

hasta las cuatro de la tarde; tomamos un café y fuimos a devolver las llaves al casero que nos agradeció el dejar libre la vivienda. Nos ayudó a trasladar los muebles a casa de las hijas de Itziar que vivían en mismo inmueble y nos invitó a cenar aunque nosotros rechazamos la invitación porque nos esperaba otra sesión de interminable pasión.

 

                                                                                  Johann R. Bach

 

 

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