27 abr 2016

L'Àngel Montserrat. Felicitaciones a los/las Montserrats


EL ÁNGEL MONTSERRAT

El 27 de abril ha sido siempre un día sagrado para Cassia.
Recuerdo que en esa fecha, justo el día del primer aniversario de nuestro traslado al apartamento de Clementine.

Después de un año
de haber vivido en aquella pequeña mansión Cassia había transformado la casa en una romántica pensión y para celebrarlo preparó una cena a la que acudimos todos. Clementine estaba exultante y con el aspecto radiante del que se ha sacado de encima quince años. A partir de aquel día se hizo devota, al igual que Cassia, del Ángel Montserrat.

Éramos nueve a la mesa
y todo discurrió, a pesar de la abundancia del tinto "Côtes de Rhône", con moderada alegría: Cassia había convertido en tan sólo un año un apartamento decadente y triste en una casa de huéspedes en la que todos, respetaban la intimidad de los demás como único precepto de aquella sencilla comunidad.

Realmente no teníamos que ir a Montmartre
o al Sacré-Coeur para tener París a nuestros pies. París –según Cassia- como antesala del Mundo del Ápex no es una acumulación de edificios sino un estado del espíritu que se percibe en todas partes, en el aire, en los copos de nieve, en el conocido paisaje de edificios coronados con tejados originarios de verdoso cinc oxidado. Es la única ciudad del mundo –afirma Cassia cada vez que tiene ocasión de hacerlo- en la que, al cabo de media hora, te sientes un vecino más.

Así pues, los ocho huéspedes de Clementine
éramos ya unos parisinos de pura cepa (a pesar de que ninguno de nosotros había nacido en Francia) cuando llegamos al Beaubourg, al Centro Georges Pompidou. Cuando trepábamos por sus tubos transparentes hasta llegar al último piso sentíamos la satisfacción de ver a través de unas escotillas futuristas un paisaje que sólo en sueños se puede manifestar.

París era para nosotros
una ciudad fundamental para nuestra mente como la intuición del espacio y el tiempo, tan ilusoria como ambos, que se extiende, compacta y leve al mismo tiempo, como una especie de tarta diáfana, en todas las direcciones, con extrañas singularidades aquí y allá que sobresalen de la calina de los bloques y de las ramas de los plátanos: la cúpula dorada de los Inválidos, la forma de nave espacial a punto de despegar bajo las órdenes de un comandante excepcional como es el Ángel Montserrat.

                                                                (de la novela "Dibujos y Paisajes de Cassia")
                                                                                           Johann R. Bach


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