LOS AMARILLOS GRANOS DE HIPERICO
Confinados
debajo de descolgadas bóvedas de nubes, sofocantes y en calma, los campos reposan, como alguien envuelto vivo en su sudario, y que en silencio se ahoga.
Despojados
de toda belleza que no les pertenece -los abismos de la sombra, la floración dorada- grises pilas amontonadas de escoria y piedra amurallan la silenciosa tumba.
Tú y yo, sus cautivos,
por este emblema de una mente aciaga de aflicciones, lentamente pasamos, y nosotros mismos confinados allí en el desaliento quedamos atrapados.
Cuando,
ante un recodo del camino, una repentina gloria saltó a nuestra vista, como si un solitario, rayo victorioso hubiese desgarrado el cielo nublado
y alcanzado,
transfiguradamente brillante en esa apagada llanura, un campo luminoso; allí el milagro de la luz se extendía doradamente revelado.
Y sin embargo,
los motivos para el desaliento flotaban en la húmeda oscuridad, sin azul hendidura; ninguna abertura hacia el aire vivo había permitido a la gloria atravesar.
En su propia tierra
esos acres encontraron el sol de un hierbajo en flor; pues todavía allí duermen en los salvajes campos abandonados unos cuantos granos de simiente de hipérico en espera del solsticio para tocar el cielo.
Johan R. Bach
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