LEVE SONRISA Y GRUESOS LABIOS
El dulce rostro de una mujer,
de cabellos blancos y cansada belleza se asomó a mi lecho en una mañana en que la luz entraba a raudales por los amplios ventanales del hospital y me observó:
-Demasiado delgado y vulgar,
demasiado simple, demasiado estropeado su rostro de ojos saltones, aunque evidente y extraña su fealdad tirando un poco a lo grotesco- dijo.
Mi rostro se incendió
ante la impotencia de articular palabra y además el vendaje de mis manos me impedía hacer signo alguno.
-Pero éste de aquí…
-se giró aquella dama de leve sonrisa y gruesos labios como los míos hacia el compañero hospitalizado en la cama de al lado.
¡Oh, contempla el ardor de su juventud,
todo belleza y llama natural en sus mejillas, rosas de fuego! Se volvió otra vez hacia mí diciendo:
Lo comprendes ¿no?
Ese muchacho es mucho más lindo que tú. No te ha de saber mal que lo prefiera a ti; tus manos quemadas tardarán tiempo en cicatrizar y no voy a esperar,
mano sobre mano, ociosa.
¡Tengo tanto trabajo!
-Ahí afuera me esperan los prados
llenos de flores, largas horas con palas y fosas… ¡mira mi encorvada espalda! ¡siempre recostando el espinazo en tierra.
Las lágrimas vuelven a mis ojos
al recordar aquel desayuno que tuvo lugar hace ya unas cuentas décadas y que se podría resumir de manera muy simple en una sola hoja de papel tamaño folio:
No era tan bien parecido
como para que tan distinguida Dama se fijara en mí. ¡Qué suerte la mía!
Johann R. Bach
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