20 may 2014

MONTAÑA AFORTUNADA EL MONTSEC

UN VIEJO POETA CHINO EN EL MONTSEC

 

No hay que ser un viejo poeta chino

Para comprender sus lamentos y admirar cómo a pesar del estrecho margen en el que siempre se ha movido,

 

su pluma no ha dejado de explicar

cómo la vida trepa por los árboles y cómo el grillo en su locura sigue el rastro de la melodía de su amada.

 

Todos tienen su debilidad

y la suya es escribir poemas. Durante años se sacudió de encima mil lazos mundanos, pero de la flaqueza de ver belleza en las cosas aún no se había librado:

 

acosado

por su insuficiencia alumino-silicato-potásica, orina apoyando sus manos sobre la encina.

 

Cada vez que se deleita

con un paisaje pintoresco como lo es el del Congost de Mont-rebei, cada vez que se reúne con antiguos amigos,

 

alza la voz

e improvisa una estrofa poética empaquetada con profundos suspiros, como si un dios acudiera ante él, emergiendo entre las esmeraldas aguas del rio, para avivar su inteligencia.

 

Desde que visitó

el moderno observatorio de Àger y vio las estrellas tiritar de frío por todos los rincones del Universo, pasa las horas en la montaña.

 

Cuando termina un nuevo poema,

asciende solo por las sendas paralelas al río para no desorientarse a causa de los efectos del áspero vino.

 

Recostado en el barranco

de limpias rocas y agarrándose de las tijas de retama comienza su canto alocado, que

 

asusta a los sagrados bosques y valles.

 

Las cigüeñas y los gorriones

le miran asombrados.

 

Temiendo convertirse en el hazmerreír de la gente,

siempre escoge un paraje solitario. De ese modo no es de extrañar que para un viejo poeta chino

 

la extrema aridez de las raíces agotadas

del Montsec sean elementos que en modo alguno deberían ser vistos como componentes hostiles -o simplemente despreciables- sino como la textura de una tierra colmada de brillantes auspicios,

 

cualidad que también hace de ella

un inesperado paraíso, por tratarse de un lugar donde se engendran y maduran los sueños:

 

¡Montaña afortunada, El Montsec,

que concibe el fruto de su divino deseo de tocar las estrellas con la mano!

¡Aunque no sea de noche!

 

                                                            Johann R. Bach

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