16. LOS HOMBRES DE MI VIDA (Marcelo)
Marcelo
Cuando te embarcaste
no pensé que aquélla iba a ser la última vez que mis ojos te vieran. Todo había sido dulce e incisivo al mismo tiempo. En mis dedos tenía aún un recuerdo estremecido: la fina y delicada flor de la hierba mojada de rocío.
En la playa,
el silencio que el amor nos pedía y tu mirar no levantaban ningún mal presagio.
Pasaste como una estrella fugaz
y la oscuridad, ahora, es más oscura. Dejaste un vacío duro y preciso como un puño que golpea los pulsos, el vientre, las piernas.
Me embriagaste de palabras y besos.
Te tuve, me tuviste –aún embriagas- un instante. Conocí otra embriaguez la más corta y la más fuerte a la vez. ¿y ahora?
Aquello que yo nombraba
el fruto prohibido tiene un nombre –Marcelo- y un gusto extrañamente familiar. No quiero decir con eso que se parezca a nada de lo que yo había vivido antes.
Es una sensación cercana
a la de llegar a un lugar donde estamos convencidos de haber estado, sin que la memoria sepa darnos razón.
Y la sensación de maravilla
proviene tanto de esa familiaridad inesperada como de todo aquello que percibimos como desconocido y nuevo.
Maldigo a Poseidón
que se te llevó. Y, aun así Marcelo, tus palabras me acompañan como mi propia sombra:
La luna se dirige a las Pléyades
quiere ocultarse de la rabia de mis ojos. A punto de amanecer he esperado no sé qué. No me acuesto sola sino con tus huellas en mi piel.
Marta Guillamon
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