LAS LÁGRIMAS DE TEÓFILA
Teófila no se veía a sí misma
Como la veían los demás.
Sobre ella se construyó
una auténtica leyenda llena de contradicciones, de sufrimientos inexplicables y de misterios.
Su yerno explicaba a quien le quisiera escuchar
que Teófila abandonó a su hija, aún en edad de cuna, para poderse dedicar libremente a la prostitución.
Los vecinos de ella, sin embargo,
decían que era buena, que todo el mundo la quería. Vivía sola, era abstemia, fumaba raramente y nunca se la vio de la mano de malas compañías.
El poeta que moraba en el ático
Escribió de ella que "…hasta el llanto que bajaba por sus mejillas era necesario…" "…porque su hija no había crecido en sus rodillas… ni pudo aprender de sus labios el abecedario ni el nombre de sus primeros colores…"
En cierta ocasión aquel poeta explicó
en una apacible reunión de vecinos que "…era pura como el blanco cansado de su pelo…" y que, seguramente, "…andaría con su dulzura saliéndose del cielo…"
Todos sabían que su yerno
se hizo, mientras abandonaba los dolores de este mundo, con la llave de la caja fuerte de la entidad bancaria donde Teófila guardaba sus escasas pertenencias.
Del interior de aquella caja de seguridad
obtuvo el yerno un auténtico tesoro: un reloj de oro cargado de incrustaciones diamantinas, varios collares de perlas, cadenitas de oro y rodio, nomeolvides de plata y una pulsera orlada con múltiples rubíes.
Junto a un buen fajo de billetes grandes,
se hallaban las escrituras de un piso apartamento. Se trataba de una vivienda bien situada con un inquilino que pagaba religiosamente su alquiler: un juez de la Audiencia Territorial.
Toda aquella fortuna fue insuficiente
para que aquel desagradecido cambiase el sentido de sus conceptos sobre Teófila: continuó, durante dos largas décadas, manchando el nombre de la abuela de cinco preciosas muchachas.
Explico esta historia de Teófila
porque yo también la conocí y a fin de descargar el sentimiento de culpa de sus nietas
CERTIFICO:
Que su mirada venía desde el mar,
Y que a cada instante no se sabía bien si miraba como se mira el azahar: con un poco de miedo y recato.
Sentada en la terraza, desde su sillón,
cuando aún latía su corazón, sus lágrimas también se asomaban a sus ojos para ver la belleza del cielo estrellado. Así la recuerdo.
Johann R. Bach
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