4 jul 2013

Al lado de la laguna solía sentarse un viejo

                ISLAS CÍES

 

Ya están aquí, casi puntualmente,

como todos los años, las noches de verano en los bosques que crecen junto a las aguas, las hojas de los árboles que se agitan nerviosamente, y tú, que disfrutas del frescor que hay debajo de esas copas cargadas de piñas cumpliendo casi dos años.

 

¡Qué placer!

 

Cuando descubriste estas islas paradisíacas

aún no había hombres y mujeres conversando entre ellos en la playa; el turismo era inexistente a pesar del triste letrero que señalaba la zona del proyecto del camping.

 

Al lado de la laguna solía sentarse un viejo

a mirar cómo el agua subía y bajaba con un retraso de seis horas respecto a la marea; y nadie más. No quería volver a su casa y los familiares, de tarde en tarde, le traían cosas –muy pocas- que él necesitaba. Su conocimiento y experiencia del mundo eran limitados, y, sin embargo, …

 

Los pocos habitantes de las islas

decían de él que no hablaba nada razonable, incluso creían que no veía porque ya no miraba a los ojos de nadie. Se quejaban de que al preguntarle algo respondía con cosas que nada tenían que ver o al menos eso creían.

 

Los encargados del camping

evitaban su presencia como si en él hubieran visto algo de repugnante que no podía tratarse más que de la vejez. No querían discutir con él porque ninguno de sus argumentos era útil para ganar dinero.

 

Aquel viejo cerraba a menudo los ojos

y se decía, a sí mismo, algo en voz baja. Tú arrimaste el oído para ver si comprendías algo de aquel galimatías, y lo cierto es que descubriste que decía cosas interesantes, con entonación rítmica, que en realidad recitaba versos, ¡como un Homero de las Cíes!

 

Ahora en las cortas noches,

dentro de la tienda, bajo tu pequeña lámpara de leds, no tienes sueño y escribes las palabras que oíste de boca de aquel viejo, aquellas que aparentemente no tenían sentido cobran una vida increíble.

 

En realidad, aquel viejo

había sido un empleado cualificado que siempre estuvo a punto cuando lo llamaban. Habló mucho contigo durante aquel inolvidable verano y por suerte retuviste gran parte de lo que decía.

 

Ahora cuando explicas aquella historia

te suelen preguntar ¿Pero qué? Y te quedas con la boca abierta, con el labio inferior caído y no sabes qué responder a esa pregunta.

 

Todo aquello lo recuerdas,

bajo la tenue luz de la lamparita, este séptimo día del séptimo mes de un año en el que lo que más resuena es el trepidar de las carreras de los toros de la Fiesta de San Fermín.

 

                                                                                      Johann R. Bach

 

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