18 ago 2014

Las tormentas ... no me han dejado a menudo otra mesa de trabajo para escribir que el escollo de mi naufragio.

ÚLTIMOS ESCRITOS

 

A ti, mi amor, también te ha de llegar

un momento en la vida en que serás una extranjera entre la gente que te rodea. Nadie aplaudirá el que hayas dormido sobre la tierra que ahora pisan tus hijos.

 

Nadie agradecerá los esfuerzos

hechos para hollar la senda que ellos han de seguir.

 

Imagino el vértigo que debes sentir

ahora al lanzar miradas al pasado desde esa tumultuosa fiesta de tus recuerdos ese mundo desconocido por todos en el que nuestra imaginación jamás puede llegar a recrearse.

 

Yo ya estoy, mi amor, confinado,

en mi jaula de oro, a pensión completa, de incógnito, a salvo de las miradas de antiguos adversarios vencidos, familiares y amigos.

 

Mesa, cama y tinta en abundancia

bastan a mi espíritu que está en vela, que toma el bolígrafo para que comparezcan mis horas pasadas.

 

El balcón abierto de par en par

me permite asomarme a la calle como se contempla la luz serena que ilumina un cuadro de terrazas abarrotadas. El aroma del café mezclado con risas y tabaco sube a hacer compañía a los alegres helechos y a mí mismo.

 

Salgo sólo por mañana a tomar un café.

En el bar todos me saludan don los honores del primer cliente del día; por la noche, cada vez menos: los que me ven a la luz del día, se comportan como un caballo asustadizo que no responde al freno de la boca.

 

Es el fruto de la incoherencia de mi destino.

Las tormentas, sobre todo en mis mejores momentos lúcidos, no me han dejado a menudo otra mesa de trabajo para escribir que el escollo de mi naufragio.

 

Yo no necesito culminar

con mis últimos escritos una obra como pretendidamente lo han de hacer los escritores. No necesito releerme en busca de un ritmo más vivo o temperado, de un andamiaje más firme, de una acuñación más precisa.

 

Sólo necesito, mi amor,

que me ayudes a explicar que me dediqué a escribir porque intentando ser como los otros fracasé y, que, parafraseando a Rilke, sólo tú fuiste real.

                                                                Johann R. Bach 

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