RODEADA POR UNA MULTITUD
Cometí el error de visitar
Nôtre Dame de París en un domingo a las doce del mediodía. Fue a comienzos de la primavera cuando aún es posible que unos cuantos copos de nieve caigan sobre el Sena.
De pronto
me sentí rodeada por una multitud. Sin saber por qué, llorar casi hubiera podido al ver aquellas miradas de rostros apresurándose, como en un supermercado…
y cada uno de aquellos arbotantes
que aguantaban la estructura de la catedral, enraizados en el pasado sobre oscuros y desconocidos cimientos, sujetos con cabellos cuyo secreto nadie conocía, se reiría de nosotros de saber cuán fuerte es nuestra indiferencia.
Para mí no eran sino mazmorras
con grandes ventanales embellecidos con vitrales de vivos colores resplandecientes de llamativo misterio; y, con la caída del sol ¡buenas noches!
Al apagarse su lámpara,
aquellos desconocidos personajes habrían pasado, se habrían ido para siempre… por siempre.
Yo misma podría haber sido
una de aquellas heroínas o una santa tanto tiempo añorada y alguno de aquellos ciegos servidores de un rostro más bello que los ojos de Lucifer un desvanecido de amor ante mi presencia.
Luego, con las notas de Tocata y Fuga
en Re menor de Johann Sebastian Bach, me vino una brusca y espantosa visión de un mundo entero desplegado ante mí –una vasta esfera de alborotados átomos moviéndose hacia una ley:
"Ser individual.
Aproximarse, acercarse, sí, incluso rozarse: más nunca unirse, nunca ser nadie más que yo misma eternamente"
Y hay tangentes,
tangentes de pensamiento que se lanzan por los espacios que hay entre las estampadas estrellas hacia un innombrable sueño fantástico que
al igual que la luna
que brilla por los barrotes de la prisión,
visita la mente con la locura.
Así veo yo cómo vuelan,
esas tangentes que vertiginosamente se elevan, hasta que la primera llamarada desfallece, apagándose, vacilante a medio camino hacia el cielo, y se desintegra
-pobre fuente remota
que rivaliza con toda la fuerza de la densa tierra dentro de cuya matriz un núcleo de níquel líquido, enigmáticamente naciera.
¡Ay!, ¡cuán alejada andaba yo
del frío sudor de los peregrinos, a empujones entre tantos bultos de carne humana!
Tan cansada estaba
al salir de la catedral que no pude evitar la invitación de las puertas de la cafetería aunque dentro de ellas empotrada,
aún pervive la noche
de tantos y tantos inocentes en tenebrosa serenidad, calmando la chamuscada panorámica.
Empezó a nevar.
¡Ah!, despertar, ¡a vivir de nuevo!
Huí de mí misma
y de aquel angustioso lugar. Puede que Nôtre Dame de París no se muestre acogedora a todas horas.
Johann R. Bach
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