13 dic 2014

Si algún día, Guillermina, ves a La Estrella del Destino dile que yo mismo le llevaré mi horóscopo:


CARTA ABIERTA A GUILLERMINA 

Aquí, Guillermina, está tu carta:
La Reina de Oros.

Ahí estás, Belladona,
la Dama Afortunada a la que todo sonríe. Esas perlas son tus ojos, sus pupilas dilatadas, el carmín de tus mejillas el amor que ruge bajo tu piel. ¡Mira!

Sí,sí. Señora de las Situaciones
Aquí está el hombre del nueve de bastos, mercader de un solo ojo y mi carta que no sé si está en blanco porque su contenido

es algo que llevo cosido a la espalda
y que me está prohibido ver.

Si algún día,  Guillermina,
ves a La Estrella del Destino dile que yo mismo le llevaré mi horóscopo: Hay que andarse con cuidado en estos tiempos.

¡Ah! Y dile que me perdone
por mi demora. Es porque en la autopista hay mucha niebla parda en las madrugadas de invierno.

Durante treinta años,
tuve por compañera una mujer que leía poco y hablaba con dificultad nuestra lengua. Tuvimos tres hijos y lo pasábamos bien comiendo bocadillos en los campings de alta montaña.

Me abandonó
para cuidar a sus ancianos padres. Nunca se lo reproché. Fue una decisión tomada libremente.

No intenté rehacer mi vida,
ni visitar el Puente de Londres o viajar a las Islas Galápagos, ni subir al Mont Saint Michel exhalando suspiros breves, espaciados, por la única calle del Islote;

me dispuse a vivir mi tercera juventud.

Después de la una tormenta
en la que cayó un auténtico diluvio que convirtió los campos de toda la Península de l'Empordà

un viento huracanado de Tramontana
que doblaba los olivos como si fueran finos juncos de un jardín chino,

apareció en el cielo una señal,
enorme, parecida a un arcoíris y tras ella una figura de aspecto femenino envuelta por la luz del sol,

con un trozo de plateada luna
sobre su cabeza cubierta por una especie de corona con doce lucecitas, y como una mujer que estuviera en cinta;

gritaba la palabra LIBERTAD
como un dolor de parto y ansias de parir.

Toda la Costa Brava
acogía el ir y venir de las olas de un mar que no ha cejado nunca de reivindicar el nacimiento de la versión moderna de

una civilización
que tuvo grandes poetas y escritores como Ausias March y Cervantes que con sus sombras proféticas hicieron vibrar a las gentes de ambos lados del Mediterráneo.

Más tarde,
después de esa misteriosa señal, sobre las inmensas montañas de un Pirineo lleno de luz, con lugares prácticamente ya inaccesibles por la caída de copiosa nieve

destacaban los colores,
en todas sus puntas geodésicas, del país recién nacido.

Cargadas de nieves cejigrises
y semblantes amenazadores, las alas envidiosas planeaban sobre el abismo y apenas con un café caliente en las entrañas

comencé a sentir mis pulmones
llenos de aire limpio; sin poemas ni otras literaturas revivía con plenitud todo aquello que me rodeaba:

música en el viento,
baile rítmico en el oleaje, el vuelo de los gorriones, el color fucsia de las flores de los granados y el verdor de los olivos y

tras de mí una mano asida a la mía
que no me preguntaba por mi última poesía.

                                                               Johann R. Bach

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