11 dic 2014

La poesía de Rilke y la música de ArvoPärt rellenando todos los rincones, se arremolinan y le hacen agradables esas horas donde el trepidar del teclado se refleja en la pantalla fotografiando hasta el más leve olvido de acento.

SECRETO EN LAS AULAS


Cuando Marta Guillamon

abre la puerta de su estudio

los libros sonríen como cómplices viejos.

 

En ellos ha leído lo que siente

y cada uno de ellos contiene un tiempo, un espacio, una lengua… un pedazo de imaginación, conceptos como postales antiguas.

 

Personajes como Arsenio Lupín

y Sherlock Holmes y escritores como Edgar Allan Poe y su Escarabajo de Oro, Folch i Camarasa con su "Adeu abans d'hora" siguen estimulando su imaginación con el aroma de su portada como un código adherido, y dando luz, a su ADN.

 

Teoremas como el del "Resto" para polinomios,

el de "Porro" destinado a topógrafos, espacios topológicos métricos no euclidianos como los de Minkowski útil para urbanistas,

 

diseños de grafos arborescentes

para estudiosos del transporte y distribución endocrina y principios subliminales entre los gruesos tratados sobre el delito como "Summum ius summa iniuria" impregnan el aire que respira, dan eficacia a su trabajo y evitan el caos de su pequeño universo de poco más de 5 metros cuadrados donde

 

las sílabas se enlazan

y toman cuerpo de poema conscientes de una "clausularebus sic stantibus", -estando así las cosas-, duraderas en su esencia.

 

La poesía de Rilke y la música de ArvoPärt

rellenando todos los rincones, se arremolinan y le hacen agradables esas horas donde el trepidar del teclado se refleja en la pantalla fotografiando

hasta el más leve olvido de acento.

 

Aún, con ojos cansados,

Marta Guillamon escribe con todos los dedos.

Pero como todo -hasta lo más interesante- cansa,

deshoja, como cada lunes el bienestar de un café, sonríe a quien le mira y le consuela, porque tiene un secreto.

 

Todos sabemos que para describirlo

habría que inventar un tiempo como la inocencia, entre el pasado y el presente.

 

Ese secreto se esconde aún,

según Marta Guillamon, entre los estudiantes que llenan los autobuses y los metros y, en general, en un tumulto de cuerpos con la cara lavada que se apodera del lunes.

 

Marta Guillamon observa 

como un brillo de incógnita en los tiernos ojos, una inquietud aún no desvanecida por la usura del tiempo.

 

No se cansa de lanzar

a los cuatro vientos su idea de que

vivir es ir doblando esquinas y borrando pizarras

 

sin que los ojos se hieran con las rosas académicas;

conseguir, entre saludos, puñales y acacias, cruzar el jardín del instituto; recorrer los pasillos en busca de la propia aula, dar la clase y ver cómo los teoremas se convierten en materia de asombro.

 

Hay que añadir

que lo interesante de las clases de Marta Guillamon no son las geometrías, sino los poemas que se escapan de las páginas de las notas de los alumnos auténticos versos que llegan a la cima de una mirada en vilo,

 

ver cómo alguien deja los apuntes

y los libros de texto, -he ahí parte del secreto- para cerrar las manos hasta herirse con otra rosa viva.

 

                                                         Johann R. Bach

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