ÚLTIMO VIAJE A PARIS
Sí, sí. A ella me unió el amor:
todo me decía que era feliz y lo era.
En cada amanecer
quemaban sus ojos, como en un paisaje urbano de nieve y barro, el vino negro sobre las comisuras de los labios de los solitarios.
Le conmovía el fuego
de las farolas del Boulevard des Batignoles, el trágico movimiento de los eufemísticamente llamados "sans domicile fix" (SDF) –los sin techo- y la lentitud del reloj.
Frágil, buscaba mi frente
y mis manos donde celebraba el grito de la aurora mientras que las sombras blancas disipaban los malos presagios de la noche.
El goce que yo le ofrecía
moría amortajado por los celos,
enfermando de tanto poseerme;
de no comprender cómo nos es necesario ser libres. Brotaban lágrimas de rabia que se soldaban a sus pestañas alargando la caída de los inflamados párpados.
Herían, involuntarios,
los dardos que lanzaba,
como amante de la aurora
que acaricia el rostro, llevaba bajo la piel que yo más apreciaba, dolor;
lanzaba sus últimos suspiros
y limpiaba de saliva mis labios con los suyos antes de que llegara el momento de abandonarme.
En cada amanecer
quemaban sus ojos, como en un paisaje urbano de nieve y barro, el vino negro sobre las comisuras de los labios de los solitarios.
Sí, sí. A ella me unió el amor:
todo me decía que era feliz y lo era.
Johann R. Bach
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