8 may 2013

Torpes sueños de Pigmalión ya no son esperanza

CARTA DE DESPEDIDA DE ELISA

 

Ya todo es amargura.

Torpes sueños de Pigmalión ya no son esperanza. Se alejan de mí ansias hipocráticas por el hosco camino de los imposibles.

 

En los dominios de mi profesión,

los límites de la mínima elegancia y generosidad se han visto asaltados por el engaño de los trepas, mientras que

 

yo distante, empeñada

en prolongadas discusiones y enredada en las marañas de mis colaboradoras he perdido el tiempo en busca de una conciencia espiritual que es humo (para una inmensa masa con ojos parcheados) y se halla en suelo extraño.

 

Presiento que el final

está próximo. Pero no en el sentido de esas agoreras que anuncian el fin del mundo con el único objetivo de ganar adeptas para sus sectas, sino en el sentido de que el final es mi final: los últimos sucesos  me han dejado un pesado cansancio.

 

Todo se precipita en el vacío.

Agobiada por una vida cargada de años y desengaños, pienso que la fortuna, como buena mujer, es áspera y desafecta con los viejos y denostada por las más jóvenes.

 

Las personas que decían querer colaborar

con la causa de una verdadera espiritualidad se rebelan (ah, ¡qué codicia la suya!) demostrando que no buscan más que su propio beneficio y se disponen a seguir viviendo de la mentira.

 

Pero lo que más me desalienta

es que, de nuevo, el azote de la egolatría surge pérfido y sangriento bajo el disfraz de la espiritualidad. Las estafas así vistas, fructificarán cuatro veces más que los naranjos.

 

Aunque por otro lado

eso es también un signo de que en los próximos tiempos lo espiritual seguirá creciendo; y, que todas esas chupasangres morirán porque no tienen ninguna idea, real y propia, que ofrecer.

 

¡Qué lástima que yo no pueda ver esa Nueva Era!

 

Las desventuras colman

el ocaso de mi vida. A la oscura incomprensión de los míos he de añadir la desaparición -por enésima vez en la historia de la medicina-del interés en paliar el sufrimiento humano.

 

La enfermedad, la desgracia,

la tristeza y la depresión vuelven a ser –como en otras ocasiones objeto de lucrativos negocios donde lo que prima es la cronicidad del enfermo para eternizar los beneficios.

 

Por mi parte paseo

mi renuncia en silencio. En soledad, el ánimo se revela ligero entre los arbustos y las grises estatuas.

 

Bajo la lluvia de noviembre

siento que un tupido frescor destina la mañana a mis recuerdos amorosos y es cuando el rígido talante mantenido durante tanto tiempo se desploma.

 

Tal vez me equivoqué de país

o de época o, tal vez no supe dominar tantos arduos escollos como me acontecieron. Ahora sumida en la penumbra de la tarde que decrece acercándose al invierno,

 

quiero tan sólo releer dulcemente

mis queridos poemas, pues sospecho que mi desaparición de la escena será el preludio de esa esperada etapa de luchas intestinas para hacerse con el pequeño hueco que con tesón logré construir.

 

Dejé todos los valles

de las vidas, dejando las caricias a mis hijos con la manos; codilleras de rosas que cantaban y me servían de apoyo, mares como pedazos de cristal bajo mis alas negras como cielo encapotado.

 

Me olvidé del cuerpo

-el mío- a la fuerza; sirviéndome de él sólo como pauta para explicar el de otros; y, quise convertir mi sangre humeante en un combustible para mi piel para irradiar optimismo y entusiasmo contagioso.

 

A veces –es cierto-

me refugié entre las telas de un absoluto del que ignoraba la forma y el sentido, pero no la fuerza (o la intensidad) con que acogía mi pasión.

 

Creo, por otra parte,

que no se tienen alas y se tiene la sombra de sus blandos movimientos.

 

Se tiene un horizonte

que respira y que acompaña siempre la promesa resquebrajando lívido la losa de su confinamiento irremediable. El universo entero es para siempre al que dijo que no dentro de llamas.

 

Ahí quedarán mis libros

en el rincón de donde quizá hubiera sido mejor que se hubieran quedado a reposar un poco más. En ellos he ido delimitando subliminalmente el gran cáncer de la humanidad: El miedo y la traición por miedo.

 

Pero para poder leerlos

Hace falta una cierta dosis de generosidad que es precisamente lo que no abunda. Hay que buscar la luz que, por mínima que sea, es belleza y las galaxias nos la envían empaquetada en millones de clústeres.

 

Si ha quedado

alguna cosa pendiente en relación con mi actividad profesional os podéis dirigir a Andrés y a Leo que quieren seguir al pie del cañón porque aún tienen mucha generosidad por repartir.

 

Dando las gracias

a todos aquellos que, de una forma u otra, colaboraron el proyecto de Homeo-Psycho (en especial a Mater Amabilis, a Palas Atenea y a La Profe de Mates) me despido de todos vosotros.

 

A partir de ahora miraré

pensativa como la callada vela que brilla en la penumbra del comedor mientras una mano de plata sirve la cena en una noche como esta con viento, sin estrellas, sin luna, con lluvia y ojos de té.

                                                                                    Elisa R. Bach

 

 

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