10 may 2013

EL DÍA CRECÍA HACIA ELLA COMO UN FUEGO LANZADO POR FEBUS

LA NOCHE ERA PURO AZUR

 

 

Marta Guillamon siempre pensó

que el mar no era un pozo de agua oscura y negó, en todas las oportunidades que se le presentaron, que los astros fueran simple barro, barro brillante.

 

La noche, para ella, era puro azur

y las estrellas cadmio amarillo fuego intenso cuyos rayos atraviesan el universo llenando los ojos de todas las criaturas que tienen en común la fuerza que les conduce a la perpetuación de la especie.

 

A pesar de versos adversos

el mar era su fuente de vida, el amor, el sueño de los niños, las glándulas, la locura.

 

El día crecía hacia ella como un fuego

lanzado por Febus el dios más cercano a la tierra e inevitablemente, crecía levantándose como una flor de carne celeste.

 

Marta solía decir

que en cualquier estrella había más gotas de luz que granos de arroz en el mundo y que sus brillantes puntos no eran más que las glándulas endocrinas del universo.

 

La vida para ella no era vana ni triste

y si el viento frío podría estar apagando algunos astros que mueren de cansancio en incómodos rincones de la bóveda celeste, la vaga aristocracia que desmaya las cosas bajo unos dedos largos continuará llenando la noche de puro azur.

 

Marta siempre tenía a punto

el ejemplo de ese resabio amargo que los más dulces besos dejan en la boca, el brillo denso que hace cristales de las rocas cuando te dicen lo obvio al oído,

 

la tensión del cuerpo su perfume secreto.

Negro licor. No. Barro.

 

Sí, la sustancia de partida fue el barro

y fue misión de la alquimia de los dioses el transformarlo en cosas blandas como el mar, los árboles y sus frutos,…

 

el amor en la noche llena de puro azur.                         
                                                                                  Johann R. Bach

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