24 ago 2012

Cap. 4 de LAS PUERTAS DEL MONASTERIO ( www.homeo-psycho.de )

SUEÑOS BAJO CANTOS GREGORIANOS

 

Desde las diez de la noche

en que el silencio invadía, totalmente,

por orden de la  Superiora,

todos los rincones del Monasterio

la oscuridad,

 

muñeca trasnochada de esperanza

 

con las sílabas aún sueltas en la boca,

créelo, nadie hubiera visitado

el liquen de tu rostro, nadie

hubiera acudido a tu celda

para abrir tu puerta y quemar

 

la deshilachada funda de tu almohada.

 

Y, sin embargo, ahí estabas

en tu habitación depósito de estrellas

que sonreían como niños de color y

tu cuaderno con sabor a lágrimas

donde contabas los días por plegarias

 

junto a armonías esperando ser cantadas

 

en otro mundo, quizá sólo en otras celdas

secuaces de serpientes y de versos:

sólo tus jirones en la tela de la ropa íntima

componían tu cárcel de juguete y

el deseo del manantial de

 

un hombre arlequinado  aún fuera de la vida misma.

 

En esa misma humilde frontera de noches

como aquellas de silencio obligatorio

no eras más que una región delimitada,

dígitos de molécula en cubilete eléctrico

a pocos segundos de luz de la eutanasia

 

que distan del acuerdo o de la rendición;

 

sin tastar siquiera la longitud de un sorbo de café

o de un ovillo de voces de canto gregoriano que esbeltas

te ayudaran a arrojarte en los brazos de Morfeo.

Reconocías en esas voces logradas en los amaneceres

acompañados sólo por los tubos del órgano

 

la inalcanzable meta de nunca haber nacido.

                                                   Sylvia M. Folch

 

Ayer era domingo, Georgina estuvo almorzando conmigo, luego me dejó sola con mis pensamientos. Mi apartamento olía a madera vieja aún con la ventana abierta de par en par; el desagüe del plato de ducha se atascaba con cierta facilidad y hacía que me duchara con poca agua y poco jabón, pero no me importaba pues con la pérdida de peso también había disminuido mi olor corporal.

 

Me disponía, después de poner orden en mi nuevo refugio –un sencillo apartamento de un solo ambiente como otros miles que existen en París-, a escuchar radio FIB,  cuando al abrir el correo vi que tenía un mail de mi sobrino Daniel que me hizo temblar hasta las raíces de los cabellos de la nuca.

 

Estaba escrito como una carta antigua, como si se lo hubiera pensado mucho, antes de escribirme. Lo leí varias veces para cerciorarme de que lo que en él me decía tenía un único sentido. Copié el texto y lo guardé en un archivo que denominé DANIEL y le puse el siguiente título:

 

                           PRIMERA CARTA DE AMOR DE DANIEL

Querida Sylvia

 

Estoy desolado. Mamá no para de llorar y yo me siento impotente para consolarla. No sé qué hacer ni que decir. A veces se me escapan a mí también las lágrimas cuando la miro de reojo y veo como las suyas resbalan por su rostro sin interrupción. Siento que es muy desgraciada con papá que la ha maltratado siempre; incluso llegando a las manos. Pero por alguna razón que aún desconozco no se atreve a abandonarlo.  Ester y yo callamos y comprendemos, pero a menudo ella abraza a mamá, la acaricia y la besa; yo, por algún prejuicio masculino, no puedo hacerlo: siento como si estuviera sujetado por unas botas de hierro y encerrado en una celda de conceptos antiguos.

 

Desde que te fuiste de casa las comidas y las cenas se han vuelto amargas. El silencio es lo menos doloroso, pero papá, ya lo sabes, se empeña en romperlo de forma brusca, con palabras muy duras para mamá; le echa la culpa de todo lo que pasa. Si se cae una cuchara al suelo la trata de inútil... Ya sabes: que si la sopa está fría…, que si le falta sal…, que si no sabe ni planchar bien una camisa…,

 

Sus amigos dicen de él que es una persona simpática y que siempre está de buen humor, explicando chistes y lisonjeando a todos. Cuanta más cerveza bebe más simpático les parece a los colegas del bar. Es todo lo contrario de cuando está en casa. No quisiera odiarlo porque es mi padre, pero a menudo me pregunto hasta cuándo tendremos que soportar ese infierno.

 

Por otro lado, pienso que el conocerte a ti ha sido una cosa maravillosa. Tu amabilidad, tu paciencia y tu comprensión hace que los que te rodean se sientan a gusto. Tus ideas sobre las cosas me han hecho ver el mundo. No es que antes no lo viera, pero ahora algo dentro de mí ha cambiado. Siento que te quiero. Sí. Pero no como piensas tú.

 

Tengo sólo catorce años –a punto de cumplir quince-, apenas un niño para ti, pero si pudiera fugarme de casa y escaparme contigo, te aseguro que lo haría esta misma tarde. Anteayer, en el cine, mientras me acariciabas las mejillas y te besé tus dedos me sentí feliz y entré en ese mundo mágico que inspiras y que tú conoces tan bien. A causa de eso no he dormido en toda la noche y no he probado bocado en todo el día. Los pantalones se me caen porque he adelgazado.

 

Ester y mamá se han ido a la piscina y papá se ha ido a pescar con los compañeros de su empresa. Así que estoy sólo en casa. No hago más que pensar en ti. Veo tu cara en todo lo que miro y si cierro los ojos oigo tu voz y me estremezco, los poros de mi piel se abren como si quisieran estar a punto para recibir tu aroma. Guardé en mi armario una de tus toallas y la huelo todos los días para tener algo tuyo cerca de mí. Te quiero.

 

Espero que no te enfades por este mail. Besos. Daniel   

 

Respuesta

 

Hola mi amor,

NO ME HE ENFADADO

 

He meditado mucho sobre las palabras que viertes en tu mail y he de reconocer que me has obligado a escoger entre contestarte como lo haría una tía normal a su sobrino o a explicarte todo aquello que me has hecho sentir. Finalmente he optado por tratarte ya como un adulto. En efecto, cuando me besaste los dedos en el cine se me puso la piel de gallina y sentí que esos labios tuyos ya no son los de un niño. Yo también pensé en ti cuando llegué a casa y… soñé…

 

Y ahora que tengo la confirmación de lo que pensaste con mis dedos entre tus labios me haces sentir la mujer más dichosa del mundo. Pero de la misma manera que yo no quiero confundir mi hambre de sexo masculino con el amor, tú tampoco debieras confundir el descubrir el sexo con algo más profundo, que ha de llenar una gran parte de tu vida. Deja fluir el tiempo necesario e intenta contener un poco a ese gran corazón que amenaza con salirse por la boca.

 

Besos. Sylvia.

 

Casi inmediatamente apareció en la pantalla su respuesta:

 

Besos, besos, besos,

Te quiero. Daniel

 

Sin saber exactamente por qué, le contesté:

 

Besos, besos, besos,

Yo también te quiero. Sylvia.

 

Seguí escuchando la música de Radio FIP, pero en mi vientre sentí revolotear las mariposas. Para distraerme me puse a leer las instrucciones del nuevo teléfono móvil que me había regalado Geogina. Harta ya de manipular el aparato entré de nuevo en mi correo y me quedé estupefacta al ver otro correo de Daniel:

 

"Me he masturbado… pensando en ti…

Te quiero. Daniel."

 

El sencillo mail llegaba en el momento que de la web de Radio FIB salían los suspiros de "Je t'aime" y me provocó una titilación tan fuerte que con un solo apretón de muslos sentí las punzadas de un fuerte orgasmo que me subió por los pezones hasta alcanzar mi boca que se abrió para lanzar los suspiros como queriendo alcanzar el cielo.

 

Telefoneè a Georgina, le dije que abriera su correo. Le envié toda la conversación con Daniel. Necesitaba saber su opinión, su censura o su absolución; necesitaba compartir con alguien todo eso que me pasaba. Inmediatamente obtuve las siguientes palabras de su parte.

 

Hola Sylvia

 

"Eres una mujer afortunada. Yo haría cualquier cosa para que alguien me escribiera una cosa así. Esa pasión… incontenible… limpia… Me ha excitado muchísimo; lo mismo que a ti. Ya sabes que yo me enciendo con la velocidad del rayo. ¡Despreocúpate de todo!. No pienses en los prejuicios de edad… del parentesco… etc. Verás las cosas más claras y sobre todo aplícate el mismo consejo que le has dado: Da tiempo al tiempo." Te quiero. Georgina.

 

En la pantalla del ordenador apareció otro correo de Daniel:

 

"¿Te has enfadado mi amor?

Te quiero. Daniel

 

Le contesté:

 

No. No me he enfadado.

Yo también te quiero. Sylvia.

 

Cerré el ordenador para no ver su contestación. Intentaba escuchar la radio, leer una novela de Sartre, paseé por la habitación, miré por la ventana. Todo inútil no podía pensar en otra cosa. No había pasado ni media hora cuando la curiosidad no me dejaba vivir. Volví a encender el ordenador, abrí el correo y casi me muero de placer. Tenía otro mail de Daniel.

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